¡Coherencia por favor!
Uno de los grandes retos de los seres humanos es el de ser coherente; esa armónica relación que existe en actuar conforme a lo que se piensa y lo que se dice. Bien lo establecía Mahatma Gandhi: “La felicidad consiste en poner de acuerdo tus pensamientos, tus palabras y tus hechos”.
Sin embargo, esa unión es tan difícil de sostener cuando se ha vuelto común que los hechos de las personas estén totalmente alejadas de lo que alguna vez han dicho o representado , haciendo más popular el viejo adagio: "predicar pero no aplicar", o como alguna vez lo dijo Walter Riso: “Hay gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensa una cosa, siente otra y sus actos se dispersan sin dirección.”
En el ámbito político o de lo público si que aplica esta frase, sobre todo a la hora de gobernar, cuando en el afán por conseguir la aprobación popular se vuelven tan flexibles, que sobrepasan los límites ideológicos, partidistas y hasta personales; es que desde que se inventaron eso de que la política es “dinámica”, con esas palabra justifican “volteadas”, traiciones y “cambios de opinión”.
Un ejemplo claro de incoherencia es lo que sucede con el Gobierno Nacional y sus representantes; desde que estaban en su proceso de campaña para llegar a dirigir el país, decían lo que la gente quería escuchar y ahora, ya en el ejercicio de administrar el destino de los Colombianos, nos manejan mal, con propuestas insulsas, utópicas e irrealizables. Atrás, quedaron las promesas de reducción de gastos del aparato estatal, siendo un gobierno de derroche, de acciones improvisadas, que ahuyenta y genera desconfianza en la inversión privada; en el que se habla de paz total pero que se convierte permisivo y casi en cómplice del recrudecimiento de la violencia, en el que parece que se condenara la legalidad y se premie estar al margen de la Ley.
Aquí no se trata de elevar el debate o mejor reducirlo a temas de derecha o de izquierda, de “Petristas o Uribistas”, de “Guerrilleros o Paracos”, se trata de ser consecuentes con las necesidades que enfrenta la sociedad y en donde los únicos enemigos son la falta de oportunidades, las muertes, la seguridad, el hambre.
Entonces, es precisamente esa falta de coherencia la que genera un ambiente de incredulidad y desconfianza por parte de los ciudadanos ante todas las acciones de los políticos. Actuaciones salidas de contexto, sin la cohesión que se espera de alguien que está en el ejercicio de lo público y que representa e interpreta los intereses de sus votantes, de un partido y de la sociedad en general. Obviamente, esto no solo aplica para la política, aplica para la vida.