La revolución verde del Tolima: el aguacate como motor económico

Pocos cultivos han sido objeto de tantos mitos como el aguacate. Aunque su sabor inconfundible lo ha convertido en un alimento indispensable en nuestra dieta, su producción sigue envuelta en polémicas, muchas veces sustentadas en información imprecisa. Se habla de la deforestación masiva para su siembra, del impacto en las fuentes hídricas y del uso indiscriminado de agroquímicos perjudiciales para la salud y el medio ambiente. Pero, ¿qué hay de cierto en estas afirmaciones? En este espacio, quiero aportar claridad al debate y contextualizar el papel fundamental que juega este sector en la economía del Tolima.
Cuando pensamos en el aguacate, evocamos su inconfundible sabor y versatilidad en la cocina. Sin embargo, detrás de su comercialización hay un sistema productivo diversificado, determinado por las múltiples variedades cultivadas en el Tolima, cada una adaptada a diferentes pisos térmicos y mercados. Este fruto puede sembrarse desde los 400 hasta los 3.200 metros sobre el nivel del mar, lo que permite su presencia en casi toda la geografía del departamento.
Actualmente, el Tolima cuenta con cerca de 20.000 hectáreas dedicadas al cultivo de aguacate, de las cuales 5.000 corresponden a la variedad Hass, la más demandada en los mercados internacionales. Su producción se concentra en municipios de clima frío del norte del departamento, como Herveo, Casabianca, Fresno, Líbano, Santa Isabel y Palocabildo, así como en zonas estratégicas de Cajamarca y Rovira. Además, localidades del sur como Rioblanco y Planadas han comenzado a expandir sus áreas de cultivo de Hass, consolidando al Tolima como un actor clave en la exportación de este producto, cuyo valor comercial supera los 50 millones de dólares anuales.
Como en cualquier sistema agrícola, es fundamental evaluar el impacto ambiental del cultivo de aguacate. En mi experiencia, los modelos de producción que integran el aguacate con cultivos como café y plátano no solo resultan más rentables, sino también más sostenibles, ya que reducen la necesidad de insumos químicos y favorecen la biodiversidad.
Un aspecto clave a considerar es que, para la exportación, el uso de herbicidas como el glifosato está estrictamente prohibido debido a sus efectos nocivos. Paradójicamente, este compuesto sigue utilizándose sin restricciones en otros cultivos de consumo masivo. Por otro lado, si prefieres los aguacates de gran tamaño, conocidos como criollos o nativos, puedes tener la certeza de que estos árboles han crecido de manera totalmente natural, sin la intervención de agroquímicos a lo largo de su vida.
El debate sobre la tala y la pérdida de bosques no debe abordarse desde posturas radicales, ya que se trata de un problema transversal a todas las cadenas productivas que requieren suelo para su desarrollo. Cultivos como la papa y la ganadería, por ejemplo, han ejercido una presión constante sobre nuestros páramos sin recibir la misma atención mediática que el aguacate.
Más que verlo como un cultivo más, es momento de reconocer en el aguacate una oportunidad estratégica para la expansión de mercados. Quizás el presidente Petro se quedó en el terreno de las declaraciones cuando prometió apoyo al sector aguacatero, pues tras más de dos años de su mandato, aún no se observa un enfoque claro por parte de las entidades de investigación del Gobierno para fortalecer la tecnología en su producción. Si se impulsa con las herramientas adecuadas