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Qué son, qué hacen y dónde se utilizan las armas químicas

Las imágenes de las consecuencias del ataque en la provincia siria de Idleb han dado la vuelta al mundo, pero las sustancias tóxicas llevan empleándose en distintos países desde la I Guerra Mundial.
14 Abr 2017 - 7:19 COT por Ecos del Combeima

Graves problemas respiratorios, temblores, salivación excesiva hasta llegar a expulsar espuma por la boca, náuseas, vómitos y, finalmente, la muerte. Para la comunidad internacional los síntomas de los hombres, mujeres y niños de la provincia siria de Idleb reflejados en los vídeos e imágenes que han dado la vuelta al mundo en los últimos días no dan lugar a duda: el 4 de abril se produjo un bombardeo en la ciudad de Jan Shijún con obuses cargados de sustancias químicas. 72 personas fueron asesinadas según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos –hubo informaciones que contabilizaron más de cien– y varios cientos resultaron heridas.

El ataque supuso un punto de inflexión en la guerra de Siria que se prolonga ya durante más de seis años y que ha dejado más de 400.000 muertos y obligado a emigrar a casi la mitad del país. En una decisión sin precedentes a lo largo del conflicto, la administración estadounidense que preside Donald Trump, que junto a la mayor parte de la comunidad internacional y de las organizaciones pro derechos humanos culpa al Gobierno de Bashar Al Assad de lo sucedido, decidió responder de forma unilateral bombardeando instalaciones militares del país y creando una situación de enfrentamiento total con la Rusia de Vladimir Putin, a la que exige que rompa de inmediato con el mandatario sirio.

EEUU, junto a Reino Unido y Francia, habían tratado de que el Consejo de Seguridad de la ONU avalara esa respuesta militar, pero Moscú vetó cualquier tipo de resolución al respecto. Esta nueva acción con armas químicas, cuyas consecuencias amenazan con retrotraer al planeta a la Guerra Fría, es solo la última de un largo listado de ataques con este tipo de arsenal tóxico desde su aparición y propagación nada más comenzar el siglo XX. La Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas (UNODA) cree que este armamento ha podido causar la muerte a más de un millón de personas desde la I Guerra Mundial.

QUÉ SON

Se trata de dispositivos en cuyo interior se transportan sustancias químicas tóxicas que, en el momento del ataque, son liberadas bien haciéndose explotar como en el caso de un obús o cualquier otro tipo de proyectil, o bien propagándose a través de distintas técnicas de fumigación o difusión. Estas armas ejercen de inmediato una acción química tóxica sobre la vida de los humanos y, en función de su composición, pueden causar incapacidad temporal, lesiones permanentes, o la muerte. Existen armas químicas con objetivos disuasorios, como los gases lacrimógenos que emplean las policías de muchos países para reprimir protestas y manifestaciones, pero en el caso del ataque de la provincia de Idleb en el que, según organizaciones como Amnistía Internacional, se empleó un gas nervioso, el efecto deseado era claramente mortífero.

La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) recuerda que existe una convención que entró en vigor en 1997 y que ya ha sido suscrita por 192 países –entre ellos España, y también Siria–, que “prohíbe el desarrollo, la producción, el almacenamiento, la transferencia y el empleo” de estos arsenales, y obliga además a su destrucción. La primera legislación al respecto se redactó, sin embargo, a los pocos años de que se iniciara la fabricación de estas sustancias, en 1925, con la firma del conocido como Protocolo de Ginebra que vetaba su utilización en todo tipo de conflictos.

La OPAQ apunta a que el 90% del armamento de este tipo declarado en el mundo –unas 75.524 toneladas– ya ha sido eliminado. Pero las evidencias constatadas por ONG e instituciones internacionales muestran que las 7000 toneladas restantes siguen empleándose por algunos pocos gobiernos y ejércitos para reprimir o cometer crímenes contra la población, como en el caso reciente de Siria o en el de Darfur, en la parte occidental de Sudán.

QUÉ HACEN

Hay tantos efectos como sustancias tóxicas han sido empleadas a lo largo de décadas en guerras o conflictos, y ninguno es precisamente placentero. Existen armas que utilizan productos asfixiantes como el cloro, el difosgeno o la cloropricrina, que se propagan por el aire y afectan especialmente al sistema respiratorio. “Irritan la nariz, la garganta y, especialmente, los pulmones”, apunta la OPAQ . “Sus víctimas por lo general los inhalan, a raíz de lo cual los alveolos segregan un flujo constante de fluido hacia los pulmones, anegándolos”, es decir, provocando el ahogamiento de quienes los respiran. Más aparatoso y doloroso es aún el efecto de sustancias como las mostazas de azufre o nitrógeno –el conocido gas mostaza– y la lewisita.

Los ejércitos las esparcen a través de difusores o con vapor causando daños en los ojos, las vías respiratorias o partes de la piel y dando pie a erupciones y ampollas similares a quemaduras tan graves que suelen terminar provocando la muerte. Hay incluso armas que incluyen sustancias que se difunden a través de la sangre –hemotóxicas– y que penetran en el organismo también por inhalación, como el cianuro de hidrógeno, el cloruro de cianógeno y la arsina. Inhiben la capacidad de transferir oxígeno por el cuerpo, originando una asfixia irreversible. Los más empleados en las últimas décadas son los gases nerviosos que bloquean los impulsos entre neuronas. Entre ellos están el popular gas sarín, el tabún o el VX que, según las organizaciones especializadas, es el más letal.

Sus efectos contemplan una irritación inicial en las vías respiratorias que deriva en secreciones involuntarias o vómitos y culmina con el colapso del organismo. Son efectos similares a los constatados por los testigos del ataque contra la población de Jan Shijún del 4 de abril.

DÓNDE SE UTILIZAN

Las primeras aplicaciones de armas químicas en el campo de batalla datan de principios del siglo XX, más concretamente de la segunda batalla de Ypres, en 1915, en plena Primera Guerra Mundial. Los europeos por tanto pueden considerarse como los pioneros en la utilización de este tipo de armas. Sustancias como el gas mostaza fueron utilizadas con profusión durante la Gran Guerra y, debido a las características de aquella guerra industrial, su producción creció con gran rapidez, sobre todo en el periodo de entreguerras. No obstante su uso no fue tan intensivo durante la Segunda Guerra Mundial, ya que las nuevas tácticas de guerra dinámica adoptadas por los que otrora fueran sus principales promotores, el ejército alemán, entraban en contradicción con este tipo de armamento, con gran impacto en ciudades y formaciones cerradas pero poco efectivo en campo abierto.

Aún así, está documentado el uso de los primeros gases nerviosos. A pesar de las recientes palabras del portavoz de la Casa Blanca de Trump, Sean Spicer, asegurando que “ni siquiera Hitler usó armas químicas” para justificar su ataque a Al Assad –declaraciones que luego han sido matizadas– no hay que olvidar que las fuerzas armadas del III Reich nazi emplearon intensivamente el gas venenoso Zyklon B como herramienta indispensable para llevar a cabo la “Solución Final”, el exterminio total de la población judía en los campos de concentración, ideada por Hitler. España también utilizó el gas mostaza en la olvidada Guerra del Rif –entre 1921 y 1927– para hacer frente a una rebelión de las fuerzas bereberes en el entonces Protectorado español de Marruecos.

Y también las fuerzas armadas estadounidenses emplearon armas químicas durante la guerra de Vietnam. Más recientemente, los organismos internacionales y las ONG evidenciaron el uso de armas químicas por parte del régimen de Saddam Hussein en la guerra que su país, Irak, mantuvo contra su vecino, Irán, entre 1980 y 1988, así como en la guerra del Golfo, ya en la década de los 90. Los ataques más recientes con armas químicas se producen en la guerra de Siria y, también, en el conflicto latente en Darfur, al oeste de Sudán. En septiembre de 2016, hace apenas medio año, Amnistía Internacional aseguraba contar con “pruebas desgarradoras” que apuntaban a la utilización de estos arsenales tóxicos contra civiles, incluidos niños y niñas de muy corta edad, en Jebel Marra, una de las zonas más remotas de la región donde desde hace años se está produciendo una limpieza étnica entre tribus de etnias diferentes.

La citada ONG hablaba de que entre 200 y 250 personas podrían haber muerto por exposición a los agentes químicos tras los cerca de 32 ataques perpetrados con estos dispositivos. A raíz de lo sucedido a principios de mes en la provincia siria de Idleb, Anna Neistat, Directora Principal de Investigación de Amnistía Internacional, recordaba que “el uso de armas químicas está estrictamente prohibido por el derecho internacional humanitario y constituye un crimen de guerra”. Y concluía: “La comunidad internacional debe mostrar su indignación y tomar todas las medidas posibles para proteger al pueblo sirio y a la gente del mundo de actos tan horrendos”.