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El país atrapado entre el miedo y la frustración, radiografía de una campaña incierta

El 2026 no marcará un cambio de rumbo, marcará la resignación de un país que votará más por miedo que por convicción. Y esta vez, el costo lo pagará Colombia entera, no sólo su dirigencia.
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Alejandro Rozo
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7 Dic 2025 - 10:52 COT por Alejandro Rozo

Colombia entra al año electoral con una fotografía incómoda en la que Iván Cepeda, heredero directo del proyecto Petro, lidera con holgura la intención de voto, mientras Abelardo de la Espriella capitaliza la indignación de la derecha y Sergio Fajardo se estabiliza como una opción que no polariza. Según la última encuesta de INVAMER, Cepeda ronda el 31,9%, De la Espriella cerca del 18% y Fajardo supera el 8%. Es un retrato contradictorio, aunque el país expresa cansancio con el gobierno, premia en las encuestas al candidato que representa su continuidad ideológica.

La paradoja es evidente. Petro tiene una desaprobación cercana al 57% y sólo un 37% de aprobación en un país donde la mayoría cree que vamos por mal camino. A esto se suma la medición de AtlasIntel para Bloomberg, que ubica la imagen del gobierno Petro por encima del 50% negativo, junto a percepciones desfavorables para Francia Márquez, el propio Petro e Iván Cepeda.

En ese vacío crece De la Espriella, su campaña mezcla espectáculo mediático, retórica anticorrupción y mano dura. En un país con cifras históricas de cultivos de coca y con una ciudadanía que siente que la seguridad se desmorona, no sorprende que un candidato que promete “orden” gane atención. Pero capitalizar la rabia no es lo mismo que construir una mayoría. La misma encuesta de INVAMER muestra que en segunda vuelta Cepeda vencería a De la Espriella 59,1% a 36,2%.

Hay un dato aún más inquietante y es el escenario en el cual los dos candidatos que lideran la encuesta son también dos de los que más rechazo generan. Cepeda encabeza la lista de “por quién nunca votaría” con 23,9%, y De la Espriella le sigue con 12,2%. Es decir, Colombia está eligiendo entre sus propios miedos, por una parte, la continuidad de un proyecto que ha tensionado las relaciones con Estados Unidos, disparado la inseguridad y debilitado la institucionalidad; o un outsider que recuerda demasiado al fenómeno Rodolfo Hernández, ruido, sátira y promesas sin estructura.

En medio de esta polarización, Fajardo parece casi un actor de reparto. Tiene bajos números en primera vuelta, pero sería el candidato más competitivo en un balotaje, le ganaría a De la Espriella (51,7% vs. 38,9%) y estaría en un empate técnico con Cepeda teniendo en cuenta el margen de error de la encuestadora. El problema con Fajardo es que no logra despertar emociones. Su discurso, aunque estructurado, lógico y profundamente analítico frente a las necesidades del país, no compite con los mensajes inflamados que hoy dominan la conversación pública. En un escenario político donde la polarización, los odios y el ruido mediático generan titulares y capturan la atención, su tono sereno pasa inadvertido. Colombia vive un momento en el que las redes sociales, los influencers y la dinámica acelerada del consumo digital moldean al elector y, en muchos casos, definen su voto. En ese ecosistema, la racionalidad parece tener menos impacto que el espectáculo.

Los datos ideológicos retratan este laberinto: 37,7% de los consultados se identifica con la derecha, 24,6% con la izquierda y sólo 18,7% con el centro. Aunque la derecha es mayoría, el candidato más fuerte hoy es el de la izquierda. La razón es simple; la derecha implosionó, sus liderazgos se fragmentaron, se atacan entre sí y ninguno ha logrado convertirse en referente creíble y unificador. Mientras tanto, el único que rompe el ruido es De la Espriella, cuyo crecimiento, lejos de asegurar victoria, podría terminar dándole la presidencia a Cepeda.

El riesgo no es sólo interno, de ganar Cepeda, Estados Unidos pasaría una factura cara, pues las tensiones con Washington frente a sus posturas en política exterior y su cercanía al proyecto Petro lo acercan peligrosamente a la lista Clinton. Con un triunfo del Pacto Histórico, es previsible que Estados Unidos considere endurecer su política comercial hacia Colombia, imponer aranceles, limitar cooperación antidrogas y asumir que la elección refleja el rumbo que el país quiere tomar. La retribución geopolítica sería inevitable. No sería Petro en la mira; sería Colombia.

De aquí a tres meses veremos intentos desesperados por unir a la centroderecha. Habrá movimientos para conformar una “consulta antipetrista”, pero también vetos cruzados contra De la Espriella. Fajardo necesita romper su techo emocional para atraer más votos de diferentes sectores, y los viejos líderes, Uribe, Gaviria y Vargas Lleras estarán más ocupados en mantener vivos sus partidos que en leer el nuevo mapa del país. Si no hay convergencia antes de marzo, mayo llegará con el tablero prácticamente decidido.

A seis meses los escenarios posibles son tres. El primero y más probable es un balotaje Cepeda–De la Espriella donde el miedo al segundo le entregue la presidencia al primero. El segundo es un repliegue hacia Fajardo como candidato de consenso del centro y la derecha, no por entusiasmo, sino por viabilidad matemática. El tercero es el peor, que nada cambie, que cada quien preserve su ego, que la fragmentación anule a la oposición y que el país llegue a segunda vuelta con dos candidatos que generan más rechazo que esperanza.

La conclusión es tan incómoda como urgente, el problema no es sólo quién está ganando, sino por qué estamos eligiendo entre extremos sin proyecto. La izquierda en el poder no resolvió la seguridad, aumentó el narcotráfico y deterioró la relación con Estados Unidos; pero la derecha tampoco ha sido capaz de construir una alternativa seria. Colombia oscila entre la rabia y el miedo y así no se construye futuro.

Si el centro y la derecha no logran unirse en torno a un candidato viable, no habrá campaña que salvar. El 2026 no marcará un cambio de rumbo, marcará la resignación de un país que votará más por miedo que por convicción. Y esta vez, el costo lo pagará Colombia entera, no sólo su dirigencia.
 

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