La crítica – a favor o en contra – no genera empleo, no sostiene negocios, no construye ciudad: actuar es lo que permite a una ciudad aprovechar las oportunidades
En Colombia nos hemos acostumbrado a repetir que “somos un país de emprendedores”. Y es cierto, no es solo una frase bonita: según el Global Entrepreneurship Monitor 2023-2024, cerca del 23,6 % de los adultos está iniciando o liderando un negocio nuevo. Es una de las cifras más altas del mundo. Pero al mismo tiempo, el crecimiento de la economía en 2023 fue de apenas 0,6 %, uno de los más bajos de los últimos veinte años. ¿Cómo es posible que emprendamos tanto y aun así sintamos que “la cosa está dura” para sostener empresas?
Si miramos a América Latina, el panorama es igual; retador: más del 55 % de los trabajadores está en la informalidad y solo el 2,1 % de los empleos pertenece a sectores de tecnología media o alta. Es decir, sí emprendemos, pero todavía nos cuesta dar el salto a negocios más productivos, más formales y más preparados para competir con el mundo. Y ahí es donde la conversación deja de ser macroeconómica y aterriza en lo que vivimos en ciudades como Ibagué, en departamentos como el Tolima.
El Latin American Economic Outlook 2025 de la OCDE describe a Colombia como un país que está intentando orientar su desarrollo hacia sectores estratégicos, con especial foco en MiPymes, economía popular, digitalización, inclusión financiera y transición verde. Dicho en un lenguaje sencillo: hay una intención clara de que las políticas nacionales dialoguen por fin con las realidades de los pequeños negocios y de los territorios. Nos gusten o no, los cambios están ocurriendo: nuevas regulaciones, nuevos instrumentos de crédito, nuevas exigencias del mercado y nuevas oportunidades, avances tecnológicos y todo para quienes sepan leer estas señales.
Cuando hablamos de tendencias globales —economía circular, energías limpias, digitalización, agro con valor agregado— no hablamos de modas pasajeras. Hablamos de dónde van a estar las oportunidades reales de negocio y de empleo, de dónde vendrá la financiación y qué cadenas de valor decidirán con quién trabajar. La OCDE ha sido clara: o la región apuesta por innovar y diversificar, o quedará atrapada en un círculo de baja productividad y baja inclusión.
¿Qué tiene que ver todo esto con Ibagué? Mucho. Somos una ciudad intermedia con ventajas reales: costos competitivos, ubicación estratégica, talento que sale cada año de nuestras universidades y una identidad cultural fuerte. Con apuestas hacia el turismo, la logírica y agroindustria. Pero también somos un territorio donde conviven el emprendedor que sueña con exportar y el vendedor informal que cada día pelea el sustento. Esa dualidad existe, negar o romantizar cualquiera de los dos extremos no ayuda; lo que sí ayuda es entender que ambos necesitan un territorio que piense hacia adelante.
Por eso, más que juzgar gobiernos, acciones y partidos políticos; la invitación es otra: ver este momento como una ventana de oportunidad. Si Colombia es uno de los países que más emprende, pero el reto es consolidar, entonces Ibagué y el Tolima pueden decidir estar entre los territorios que ayudan a cerrar esa brecha. ¿Cómo? Con acciones muy concretas: facilitar la formalización sin ahogar al pequeño, conectar a los emprendedores con los créditos y garantías que ya existen, abrir el panorama para que negocios tradicionales se acerquen a la sostenibilidad y la tecnología, cambiar metodologías para apoyar al emprendedor y actualizar las que van dirigidas al empresario y dejar de pensar que “lo global no es con nosotros”. Sí es con nosotros. Más de lo que creemos.
Cuando un inversionista o un aliado internacional mira a Colombia, no solo revisa Bogotá o Medellín. Pregunta qué otras ciudades ofrecen estabilidad, talento, y proyectos serios. Y en ese mapa Ibagué puede aparecer, si dejamos de vernos como “periferia” y empezamos a mostrarnos como territorio preparado. No para competir con los gigantes, sino para destacarnos en nuestra escala y con nuestra identidad.
No se trata de vender un optimismo ingenuo. La incertidumbre existe, la desaceleración afecta y la informalidad duele. Pero también es cierto que nunca habíamos tenido tanta información, experiencias comparadas y tantas herramientas disponibles para decidir distinto. Podemos seguir explicando por qué es difícil… o empezar a construir, con lo que tenemos, una narrativa diferente: la de un Tolima que entiende las señales del mundo y las convierte en oportunidades para su gente.
Y aquí va el mensaje más firme que quiero dejar hoy: no esperemos siempre a que el gobierno actúe para que nosotros actuemos. La crítica —a favor o en contra— no genera empleo ni sostiene negocios. Las decisiones importantes se toman en las empresas, cuando diseñan sus estrategias, cuando los equipos sienten pertenencia, cuando duele perder un cliente porque no lo atendimos bien. Ahí es donde se juega el futuro, no solo en los decretos.
A emprendedores, empresarios y a quienes aún no emprenden: este es el momento de leer con serenidad lo que está pasando y decidir con valentía. Que Ibagué no se quede esperando que otros le digan hacia dónde ir. Que sea la ciudad que entiende su tiempo, que se atreve y que transforma. Porque el futuro no es de quien lo observa… sino de quien toma acción desde lo que tiene a su alcance y lo construye.