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Palabras del rector de Unibagué, Alfonso Reyes Alvarado, en su discurso de posesión

Esta es una época difícil, llena de incertidumbre, que produce desazón, temor y angustia. Es nuestro deber institucional proyectar, de manera responsable, un futuro esperanzador y en paz para el Tolima.
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2 Oct 2020 - 17:29 COT por Ecos del Combeima

Hace 40 años, el 27 de agosto de 1980, nació Coruniversitaria, hoy Universidad de Ibagué. Veintidós personas naturales y dos jurídicas, bajo la guía de Don Santiago Meñaca, lograron concretar el deseo compartido de darle a la región una institución que complementara la formación que con éxito ofrecía la Universidad del Tolima. Cuatro décadas después, la Universidad de Ibagué está acreditada institucionalmente por su calidad, y es reconocida por su compromiso con el desarrollo regional. Desde el comienzo, sus fundadores quisieron que fuera autónoma y por ello fueron muy cuidadosos al diseñar su estructura de gobierno.

La Universidad no pertenece a ninguna familia y cuida celosamente su carácter de institución sin ánimo de lucro. Todos sus excedentes son reinvertidos con rigor en su propio quehacer. Si bien es una universidad de origen empresarial, ha estado dirigida mayoritariamente a estudiantes de estratos 1, 2 y 3, que en el 2020 representan el 84% de sus alumnos.

Luego de ocho lustros, la Universidad cuenta con casi 20.000 egresados, un gran número de los cuales se ha vinculado a entidades de la región; otros han ocupado cargos de liderazgo en gremios e instituciones públicas nacionales, del Tolima y de Ibagué. No pocos, se han dedicado a la vida pública y varios de ellos han sido concejales y diputados; algunos aún lo son. Otros forman ya una importante red que labora en el exterior. Nuestra actual rectora encargada, la doctora Gloria Piedad Barreto, es la primera exalumna en alcanzar el más alto cargo académico-administrativo en la Universidad. Quiero aprovechar este acto para felicitarla y agradecerle por su continuo aporte a la Institución desde que regresara de su doctorado en Manchester, hace ya unos cuantos años.

Aun cuando la Universidad tiene su sede en el precioso campus de Ambalá, también hace presencia permanente en la región. El semestre de Paz y Región2, diez años después de su creación a partir de una idea original de la Universidad Autónoma de Manizales3, ha permitido que cerca de 2000 estudiantes desarrollen un poco más 1300 proyectos en los 47 municipios del Tolima. Varios de estos jóvenes, luego de obtener su grado han regresado para ejercer como funcionarios de las alcaldías municipales y de otras entidades locales. Estoy seguro de que en unos pocos años tendremos alcaldes y alcaldesas egresados de nuestra Universidad. El programa ya opera en ocho municipios fuera del Tolima, en el Eje cafetero, Cundinamarca, Huila y Caquetá. Es el momento de expandir aún más este programa. Vamos a vincular a jóvenes de otras universidades y a llevarlo a más municipios de los departamentos vecinos.

El impacto social de la Universidad en estos cuarenta años ha sido notable. Para mencionar solo algunos ejemplos, quisiera recordar la gestión del fondo Resurgir-FES que ayudó a los sobrevivientes de la tragedia de Armero en 1985; el programa CENDES, que brindó un apoyo directo a los miles de desplazados que generó la violencia fratricida en nuestro Departamento, decenas de famiempresas fueron creadas, muchas de ellas aún subsisten. El programa AVANCEMOS, que durante 25 años ofreció un programa de formación básica y media para adultos ayudando a disminuir ostensiblemente los niveles de analfabetismo de nuestra población; la alianza con los salesianos para constituir el Instituto Técnico y Tecnológico San José, que capacitó a miles de jóvenes en este tipo de programas; la Escuela de Gobierno y asuntos públicos en los años 80s que apoyó el naciente proceso de descentralización municipal en Colombia y fue un buen antecedente de Paz y Región y, más recientemente, el programa de Pequeños Científicos4, en convenio con la Universidad de los Andes dirigido a formar docentes de colegio en la enseñanza de un pensamiento científico, y el programa Ondas5, auspiciado por Colciencias, enfocado en los niños, jóvenes y docentes de escuelas y colegios del Tolima. Cientos de profesores y miles de niños y jóvenes del Departamento han sido sus beneficiarios.

Estos programas y proyectos evidencian que el compromiso con el desarrollo de la región es más que un eslogan, no es solo una frase políticamente correcta, refleja el ethos de esta universidad producto de una trayectoria que ha sido consistente a lo largo de estas cuatro décadas. Quiero agradecer a los rectores que hicieron posible la construcción paulatina de este sueño fundacional: a Camilo Polanco (QEPD), Luis Eduardo Quintero (QEPD), Luis H. Rodríguez (QEOD), a Carmen Inés Cruz, a Leonidas López, y más recientemente a Hans Peter Knudsen y a César Vallejo, de quien retomo la posta para seguir construyendo sobre lo construido.

Como en la estrofa de Machado6, la Universidad hace camino al andar. Un andar cadencioso pero seguro, lleno de imponderables y dificultades como la vida misma, pero siempre un andar acompasado y acompañado. Esta es una herencia de sus fundadores, quienes siempre valoraron más el trabajo cooperativo que los logros individuales. Por esa razón, la Universidad siempre ha estado muy cerca de las instituciones públicas y privadas que comparten el sueño de un mejor Tolima para sus ciudadanos. Para la Universidad es fundamental fortalecer sus lazos con los gremios, con otras universidades, especialmente la Universidad del Tolima7 y el Conservatorio del Tolima8, con quienes nos une una larga historia de logros compartidos, y construir nuevos lazos como con el Conservatorio de Ibagué9, el único colegio musical público del país. Igualmente son importante nuestras relaciones con las tres cámaras de comercio del Departamento, con las cajas de compensación, especialmente Comfenalco10, así como con un gran número de empresas que siempre han estado a nuestro lado.

Otros aliados importantes son aquellos tolimenses que no viven en nuestra tierra, pero que desde lejos se preocupan y apoyan con ideas, contactos y recursos para el desarrollo de la región. Especial mención quiero hacer al grupo de Charlemos Tolima, conformado hace un poco más de cuatro años por Juan Manuel Ramírez y que hoy cuenta con la participación de 54 tolimenses.

Los miles de estudiantes que ha graduado, los cientos de proyectos que ha desarrollado, las miles de familias y entidades que ha impactado positivamente, los programa de gobierno tanto municipales como regionales que ha impulsado y apoyado, son razones más que suficientes para unirnos y asegurar la viabilidad de la Universidad de Ibagué en estos difíciles momentos. Es necesario mantenerla viva, vigente y vigorosa. Recuerdo el comentario de un par evaluador proveniente de la Universidad del Valle durante la visita de acreditación institucional del 2015, cuando, al referirse a nuestra universidad, decía: “esta es la universidad privada más pública que conozco”.

Somos una región de gente cálida y hospitalaria, que lleva en lo más profundo de su ser la música, el paisaje y las costumbres ancestrales. Trabajamos aquí, amamos nuestra tierra, y deseamos para ella el progreso, el bienestar y la paz; ese era el sentido de la famosa frase de Echandía cuando afirmó que soñaba con un Tolima en el que se pudiera volver a pescar de noche.

Pero pese a los enormes esfuerzos que muchos realizan, los indicadores de desarrollo del Tolima y de Ibagué son muy desalentadores. Ya nadie discute que la educación es el camino para superar ese atraso que nos afecta a todos.

Por ello, es un imperativo que aseguremos para las nuevas generaciones las oportunidades de acceso a la educación superior de alta calidad. Lastimosamente, según datos del Ministerio de Educación Nacional11, en el 2018 la tasa bruta de cobertura de educación superior en el Tolima estaba muy por debajo de la media nacional: de cada cien bachilleres del Tolima, solamente 39 lograron entrar a la educación superior, mientras que la media nacional fue de 53. Sin disponer de cifras oficiales más recientes, puede afirmarse que la tendencia es a la disminución de la cobertura, más aún por el deterioro de la condición económica de las familias como consecuencia de la pandemia del Covid-19.

Para ilustrar este hecho, baste decir que, para el segundo semestre del 2020, solamente lograron matricularse en la Universidad de Ibagué 210 nuevos estudiantes y cerca de 600 antiguos no pudieron matricularse. Está demostrado que quienes se ven obligados a aplazar el semestre por falta de recursos, quedan en alto riesgo de abandonar definitivamente la educación superior; por ello es tan loable la campaña Vamos P´adelante que hace pocos días anunciara el rector de la Universidad de los Andes con la W radio para conseguir recursos destinados precisamente a ayudar a estos jóvenes. Agradezco al rector Gaviria por incluir a nuestra universidad en esta campaña.

El gran desafío que enfrentamos institucionalmente es ¿Cómo mantener la excelencia que caracteriza nuestros procesos y servicios de educación, sin que esto impacte aún más el bolsillo de las familias de nuestros estudiantes, ni la estabilidad de nuestros colaboradores (profesores/as y administrativos)? Debemos ser más eficientes en el uso de nuestros recursos, incrementar nuestra capacidad de ahorro, hacer necesarios ajustes estructurales y diversificar nuestros ingresos.

Las universidades privadas en el mundo están buscando otras fuentes legítimas de financiación: el modelo de operación que pretende financiar sus actividades a través de matrículas o proyectos internos ya no es viable. Los ingresos totales de la Universidad de Ibagué dependen en un 80% de las matrículas de pregrado y destinamos anualmente cerca de $1.200 millones para financiar al 30% de nuestros estudiantes. Por lo tanto, es inaplazable diversificar las fuentes de ingreso. Una posibilidad, que han desarrollado muchas universidades, especialmente en Norteamérica, consiste en estructurar programas de filantropía, como el que en buen momento inició César Vallejo.

Como lo ha mencionado Pablo Navas12, en varias ocasiones al referirse a este tema, nuestros estudiantes no SON pobres, ESTÁN temporalmente ilíquidos. Una vez obtengan su grado no solo mejorará sustancialmente su calidad de vida, sino también la de sus familias y, a través de los roles que desempeñen a lo largo de su ciclo vital, aportarán al bienestar de su comunidad, de su región y de su país. Invertir en una educación superior de alta calidad, sigue siendo la inversión con mayor rendimiento social en el corto y mediano plazo para un país. Este retorno equivale entre cuatro y cinco veces el valor de la inversión en el caso de la educación universitaria13. Por ello, es importante crear conciencia de que no estamos apelando a la caridad, estamos invitando a hacer una inversión social, un aporte y una apuesta segura por el futuro de la región. Desde ya los invito a que nos acompañen en esta campaña.

Pero la Universidad también debe aprender a ser un actor estratégico en las reglas de la economía del mercado, sin perder su naturaleza de corporación sin ánimo de lucro. Aunque somos una organización que debe ser gerenciada con criterios empresariales, no somos una empresa. Bajo nuestra tutela está la formación de buenos ciudadanos corresponsables con el desarrollo del país, y la co-producción de conocimiento que pueda ser apropiado y convertido en procesos de transformación de nuestro entorno. Nuestros estudiantes no deben ser tratados como meros clientes que reciben conocimiento sino como aliados que son parte activa de su propio proceso de formación.

Podemos, sin embargo, ser más emprendedores y constituir empresas rentables con un propósito afín a nuestros valores institucionales, cuyos excedentes apoyen las actividades primarias de la Universidad. Esta estrategia no es novedosa, la vienen aplicando muchas universidades privadas de prestigio en el mundo. Casos exitosos y cercanos culturalmente han sido desarrollados en la Universidad Católica de Chile14 y el Instituto Tecnológico de Monterrey15, que ocupan los lugares 1º y 6o, respectivamente, en el ranking QS de América Latina16.

La pandemia que estamos viviendo ha sido una especie de revelador fotográfico, a la manera de los reactivos que se utilizaban para hacer visible en un papel la imagen escondida en los antiguos rollos de fotografía. Ahora hacemos transacciones virtuales sin mayor problema, aunque podíamos hacerlas desde hace una década. Ahora todas las clases son remotas usando tecnología, aunque la tecnología para hacerlo existía desde comienzos de este siglo. Ahora los juzgados están haciendo audiencias virtuales, aunque los primeros ensayos exitosos los hicimos 25 años atrás. La pandemia reveló masivamente que todo esto era posible y nos obligó a confiar en estos procesos.

La pandemia también ha revelado la fragilidad de las relaciones en los hogares. El confinamiento obligatorio, la confusión del espacio de trabajo con la vida cotidiana y el trastoque de horarios ha incrementado el número de casos de violencia intrafamiliar. Quienes más sufren son los niños, en especial los más pequeños, y los adolescentes que empiezan a mostrar signos de cansancio y desesperación: aquellos al no entender lo que está ocurriendo, y estos al necesitar de un espacio propio, ojalá alejado de sus padres, para vivir tranquilos su adolescencia. La salud mental de estos jóvenes es un problema del que debemos hacernos cargo en las universidades.

El COVID 19 también ha revelado las grandes inequidades que genera la pobreza, en particular la brecha digital. Solo aquellos que tengan la posibilidad de conectarse remotamente podrán mantenerse al día con las dinámicas sociales y económicas de la vida actual. Quienes no cuenten con esta tecnología o no estén preparados para manejarla, no podrán acceder a un buen sistema de educación.

Así mismo, la pandemia ha puesto en evidencia algunas de las limitaciones de la globalización. A mayor interconectividad y dependencia, mayor el riesgo de contagio. Parece que vuelve a cobrar relevancia el libro de Schumacher titulado “Small is beautiful” 17que nos invita a diseñar nuestros espacios y organizaciones a una escala humanamente manejable. Es imperativo que recuperemos la importancia de un desarrollo local autónomo en lugar de seguir fortaleciendo polos nacionales de desarrollo.

En un nivel mucho más profundo, la pandemia nos ha revelado nuestra incapacidad, como especie humana, para hacerle frente de manera efectiva a los problemas complejos que han venido surgiendo en las últimas décadas. Me refiero a problemas como la desigual distribución de la riqueza, el narcotráfico, el desplazamiento forzado de millones de personas, el calentamiento global y, por supuesto, la pandemia misma. Estos problemas son inherentemente complejos porque emergen de miles de interacciones sociales recurrentes. No son problemas que puedan dividirse apropiadamente en problemas menos complejos y tampoco pueden comprenderse desde la óptica de una sola disciplina. Sin embargo, nuestra tendencia natural, por la manera en que somos formados desde la infancia, es a dividirlos y asignar su estudio a equipos interdisciplinarios. Este pensamiento racional y analítico, propio de la modernidad, ha hecho crisis. Es a todas luces insuficiente. No estamos acostumbrados ni preparados para vivir en constante incertidumbre. No estamos en una época de cambios, vivimos un cambio de época. En cierta forma, y parafraseando a Eric Hobsbawm, el siglo XX recién está empezando ahora, 20 años después del cambio del milenio, y el coronavirus ha sido su detonante.

Estoy convencido de que las universidades tienen mucho de responsabilidad en el actual estado de cosas; al fin y al cabo, por varios siglos han formado a quienes han tomado las grandes decisiones de política pública en el mundo entero. Pero igualmente, en ellas está, como en el Leviathán de Hobbes18, la semilla de su propia trascendencia. Para ello se requiere un cambio fundamental, una universidad necesaria para este cambio de época.

Afortunadamente, y a diferencia de otras universidades más antiguas (algunas con varios siglos a cuestas), y más complejas por su tamaño y rigidez, la Universidad de Ibagué es joven, pequeña, flexible, está inmersa en los problemas sociales de su región, y sus estudiantes, profesores, profesoras, administrativos y directivos, comparten un enorme sentido de pertenencia que los enorgullece. Pero, además, la Universidad se ha venido moviendo paulatinamente en los últimos años hacia esa universidad necesaria que hoy más que nunca hay que fortalecer.

La Universidad que me imagino, que en su momento denominamos la Universidad del 2028, es una en la que desaparece de su estructura la segmentación disciplinar que anquilosa; una universidad en la que, mientras los estudiantes están adscritos a áreas de formación relacionadas con problemas complejos, los profesores lo están a centros de investigación; en la que todos los estudiantes, como ocurre en la Unibagué, durante su primer año cursan las mismas asignaturas, que los ayudan a desarrollar competencias transversales para su formación futura, independientemente de la carrera que deseen estudiar. De esta manera, los jóvenes tienen la posibilidad de cambiar la carrera que inicialmente seleccionaron sin que ello les implique una mayor demora en sus estudios, y sin que sus padres vean afectada la inversión que ya han hecho. A lo largo de su carrera tendrán espacios para que en grupos no disciplinares estudien y propongan soluciones funcionales a retos con restricciones reales de las empresas, instituciones públicas o comunidades. De esta manera, aprenderán, desde muy temprano, habilidades necesarias para su posterior desempeño profesional y, al mismo tiempo, las organizaciones de la región se beneficiarán con las ideas frescas e innovadoras de estos jóvenes. Es importante acercar el tejido empresarial y la dinámica del sector público al quehacer universitario.

Los actuales grupos de investigación interdisciplinar se alinearán con los centros transdisciplinares de investigación constituidos por profesores de diferentes disciplinas. Estos centros, y no las facultades, serán su lugar natural para estar, conversar, co-crear y co-producir conocimiento que involucre a comunidades diferentes a las meramente académicas. Serán centros con autonomía responsable que generarán sus propios ingresos a través de los cursos que sus profesores ofrecerán a las áreas de formación de la Universidad, pero también a través de los proyectos de investigación básica y aplicada,

y de consultoría, que desarrollarán con el apoyo de asistentes graduados provenientes de las maestrías de investigación que ofrecerán. Así mismo, podrán diseñar y ofrecer maestrías profesionales completamente virtuales cuyo mercado será el mundo hispanoparlante. Tenemos la capacidad para hacerlo; necesitamos conseguir los aliados apropiados para lograrlo, Coursera es una gran oportunidad19.

Me imagino una universidad que gestiona su investigación como si se tratara de “misiones”, como lo plantea Mariana Mazzucato del University College en Londres20. Una investigación que no apunta a resolver problemas específicos o a la mera producción y publicación de nuevo conocimiento, sino que se enfoca en lograr una misión, un sueño de alta motricidad para todos, que invita a las instituciones regionales y a la comunidad en general a participar activamente, como lo hiciera en su momento la misión Apolo, que permitió en un plazo de diez años llevar a un ser humano a la luna y regresarlo con vida21.

Las misiones convocan, articulan, estimulan movimientos sociales. Por ejemplo, me imagino un Tolima siendo el primer productor nacional de peces en los próximos seis años, mediante el desarrollo de estrategias de acuaponía22 que combinan el cultivo de peces en tanques y la producción simultanea de hidropónicos con el agua que de ellos se recicle, en un continuo círculo virtuoso. Este Centro desarrollaría tecnología apropiada para llevarla al campo. Involucraría el trabajo de biólogos, ingenieros y arquitectos en el desarrollo de estas unidades de producción, pero también sería necesaria la participación de economistas y administradores para su organización y la comercialización digital de sus productos. Igualmente vincularía a diseñadores y artesanos para hacer un uso productivo de las pieles de los peces. Lograr esta misión es posible con el apoyo de varias instituciones de la región, con la participación de comunidades de campesinos en los municipios, la vinculación de aliados nacionales e internacionales y el apoyo definitivo de la gobernación con recursos de regalías del Departamento. Es por esta razón que las misiones de los centros de investigación deben estar alineadas con la nueva visión de futuro del desarrollo del Tolima.

Me imagino una universidad que se compromete con el desarrollo de capacidades locales en los municipios del departamento, para ir un poco más allá de lo que hemos venido haciendo con los proyectos de Paz y Región. Una universidad que sustenta su quehacer en una ética del cuidado y en los valores de integridad, solidaridad y sostenibilidad. Una universidad que, a partir de una línea de base, hace uso de los objetivos de desarrollo sostenible para iluminar el rumbo del futuro posible del Tolima.

Pero la Universidad también debe ofrecer alternativas viables de formación a los jóvenes de escasos recursos económicos que no pueden esperar cinco años para empezar a generar ingresos. Debemos ofrecer certificados y cursos cortos, que les permitan rápidamente empezar a ser productivos, muy en la línea de lo que los anglosajones denominan: learning and earning.23 Aquí deben ser prioridad los jóvenes de los pequeños municipios, alianzas con el Innovar24 de Purificación, Coreducación25 en Honda y la Universidad del Tolima en Chaparral, que se nutran de experiencias anteriores y las mejoren sustancialmente, son oportunidades que no debemos desaprovechar.

Esta es una época difícil, llena de incertidumbre, que produce desazón, temor y angustia. Es nuestro deber institucional proyectar, de manera responsable, un futuro esperanzador y en paz para el Tolima. Creo que es posible movernos en esa dirección, si todos estamos dispuestos a hacerlo: sé que ustedes me acompañarán en este empeño nuevamente.

Gracias por su presencia, gracias por su confianza.