Así fue la oscura noche del 13 de noviembre de 1985: cuando la avalancha del Nevado del Ruiz borró a Armero del mapa
La noche del 13 de noviembre de 1985 quedará grabada para siempre en la memoria de Colombia. A las 9:08 p.m., el volcán Nevado del Ruiz —conocido como el León Dormido— despertó con una violenta erupción.
Un volcán que avisó
El Nevado del Ruiz llevaba más de un año mostrando señales de inestabilidad. Desde finales de 1984, se registraban sismos, emisiones de gases y actividad fumarólica. Sin embargo, la red sismológica de la época contaba apenas con cuatro estaciones y recursos muy limitados para medir deformaciones del terreno o concentraciones de gases, lo que dificultó evaluar con precisión el riesgo que representaba el volcán.
La noche del desastre
En cuestión de minutos, el calor del material piroclástico derritió parte del glaciar que cubría su cumbre. Lo que siguió fue una cadena de eventos devastadores: el agua de deshielo, estimada entre 30 y 50 millones de metros cúbicos, se mezcló con rocas, cenizas y sedimentos, formando un lahar, una avalancha de lodo volcánico con una fuerza incontenible.
Los flujos descendieron por los drenajes naturales del volcán, principalmente los ríos Azufrado y Lagunilla, en dirección al norte del Tolima. En su recorrido, alcanzaron velocidades de hasta 60 km/h en las zonas altas y alrededor de 40 km/h al llegar a Armero, transportando un volumen cercano a 90 millones de metros cúbicos de material.
Una enorme roca —que arrasó con todo a su paso y que aún permanece entre las ruinas de Armero— se convirtió en un símbolo silencioso de aquella catástrofe.
Según datos posteriores del Servicio Geológico Colombiano (SGC), el caudal máximo del flujo alcanzó los 47.000 metros cúbicos por segundo, unas 6,5 veces el promedio del río Magdalena.
La oscuridad, la lluvia y la falta de preparación agravaron el desastre. Pasadas las 11:00 de la noche, el lahar llegó al municipio de Armero y, en cuestión de minutos, el pueblo quedó sepultado bajo toneladas de lodo y escombros.
Miles de viviendas desaparecieron, y con ellas cerca de 25.000 vidas en los departamentos del Tolima y Caldas. Solo un puñado de sobrevivientes logró escapar de una de las tragedias más dolorosas en la historia del país.