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Después de 27 años, don Alirio pudo sepultar a su hijo reclutado por la guerrilla en Tolima

En 1998, un grupo armado se llevó por la fuerza a un joven de 14 años en el sur del Tolima. Desde entonces, su padre incluso dialogó con mandos guerrilleros en un intento por traer a su hijo de regreso.
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6 Mayo 2025 - 6:36 COT por Ecos del Combeima

«Yo mandé a mi hijo al caserío a recoger unas papas. Estábamos saliendo con los trabajadores de recoger café cuando llegó un muchacho y me dijo: «¡Don Alirio*, a su hijo se lo llevó la guerrilla!» No lo podía creer». Así recuerda un padre campesino del sur del Tolima el momento en que comenzó su angustia. Su hijo tenía 14 años y desde entonces no volvió a saber de él.

Para don Alirio todo cambió aquel febrero de 1998. La rutina del campo, la vida en familia y la alegría cotidiana se vieron interrumpidas por la partida forzada de su hijo. A partir de ese momento, pasaron 27 años de búsqueda que marcaron cada día en su hogar.

El conflicto armado no solo le arrebató un hijo a don Alirio -el mayor y el único varón en ese entonces entre varias mujeres-, también le quitó a su apoyo en la finca y con quien compartía las tareas del campo. Le arrebató a ese niño al que le había enseñado a trabajar la tierra y manejar un vehículo.

El conflicto armado no solo le arrebató un hijo a don Alirio -el mayor y el único varón en ese entonces entre varias mujeres-, también le quitó a su apoyo en la finca y con quien compartía las tareas del campo. Le arrebató a ese niño al que le había enseñado a trabajar la tierra y manejar un vehículo.

«Me acuerdo que un señor compró un carro y se lo dejaron botado por allá en el pueblo, lejos. Él se fue y se subió a ese carro, demoró como unos tres días para llevárselo. Él no sabía, pero él tenía idea porque ya papá tenía carro», expresó una de las hermanas.

 

El día que se lo llevaron, el muchacho había salido de su territorio manejando. De acuerdo con algunos relatos de los vecinos que presenciaron el ingreso del grupo armado, fueron siete los jóvenes separados de sus familias. Al hijo de don Alirio lo pusieron a manejar la camioneta en la que se los llevaron.

Desde ese momento, y pese a los riesgos, don Alirio emprendió una búsqueda que lo llevó a recorrer diferentes campamentos en medio de la guerra. Habló con varios comandantes y pidió, una y otra vez, que le devolvieran a su muchacho.

Ocho días después de la partida forzada, su padre volvió a verlo. Fue en una carretera rural. Recordó que, aunque no estaba solo, no dudó en acercarse y saludarlo. «Le dije mijo, ¿qué hace por acá? Camine. Y me contestó: no papá, no puedo».

El conflicto armado no solo le arrebató un hijo a don Alirio -el mayor y el único varón en ese entonces entre varias mujeres-, también le quitó a su apoyo en la finca y con quien compartía las tareas del campo. Le arrebató a ese niño al que le había enseñado a trabajar la tierra y manejar un vehículo.

Con los años, la incertidumbre no se disipó. En la casa, la madre del joven esperaba todos los días que regresara. La ausencia fue quebrando la rutina, volviéndose más frágil cada día. «Casi todo lo bueno se acabó cuando él se fue. Mi mamá solamente lloraba y lloraba. Escuchaba un helicóptero, una pelea o veía gente armada y lloraba. Yo pienso que ella tenía un problema de corazón por toda esa angustia», dijo otra de las hermanas.

La madre mantenía con ilusión sus ojos puestos en un camino cercano a la casa, pues esperaba que en cualquier momento la figura menuda del adolescente apareciera dando pasos de regreso. Lamentablemente, nunca sucedió.

Pasaron tres años. En las cuentas de su familia, el joven ya tenía 17 años. En esa oportunidad se supo que estaba en zona rural de Chaparral, en el Tolima. Solo ese dato fue suficiente para que don Alirio* se las ingeniara para llegar hasta allá. «Estuvimos en un cambuche hablando toda la noche, él contándome cosas y yo preguntándole y tratando de convencerlo que regresara a casa», la respuesta seguía siendo la misma: «papá, no puedo».

Ni las distancias ni el miedo detuvieron a don Alirio y su esposa. En una de sus visitas a un campamento lograron hablar con un comandante. «Le dije: entréguenme el muchacho y me lo llevo para la finca, para que trabaje. Me respondió: es buen muchacho y de confianza, nosotros lo queremos mucho y la verdad es nuestra mano derecha». Insistió con otros comandantes para pedirles ayuda. «Luché y luché hasta hoy», agregó.

El conflicto armado no solo le arrebató un hijo a don Alirio -el mayor y el único varón en ese entonces entre varias mujeres-, también le quitó a su apoyo en la finca y con quien compartía las tareas del campo. Le arrebató a ese niño al que le había enseñado a trabajar la tierra y manejar un vehículo.

Pasaron más de veinte años para que don Alirio encontrara una entidad que entendiera su dolor, no solo por saber qué ocurrió sino por hallar un camino que lo acercara a su hijo. Fue a través de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) que comenzó a abrirse una ruta posible hacia esa respuesta largamente esperada.

«Dentro del proceso investigativo adelantado desde el Plan Regional de Búsqueda de Cordillera Central y con los aportes de la Red ADN y la Corporación Humanitaria Reencuentros, se puedo establecer, además de la localización del cuerpo en un cementerio corregimental de Rovira, la existencia en aquella época de estructuras de grupos armados no estatales encargadas específicamente de liderar ingresos de nuevos integrantes a las filas a fin de incrementar el pie de fuerza disponible», explicó Cindy Nova, coordinadora de la UBPD en el Tolima.

El cuerpo del hijo de don Alirio fue recuperado en una acción humanitaria y extrajudicial realizada a finales del 2023 y entregado al Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses el mismo año. Con el resultado de las pruebas genéticas, se pudo comprobar que efectivamente se trataba de su pariente desaparecido.

 

«Vivimos en incertidumbre por 27 años. Para uno es duro porque prácticamente los hijos míos todos son muy queridos. Para mí, todos son iguales, pero tener un hijo perdido… Así tenga a los otros, uno siente que hay un vacío», dice don Alirio. Arraigado a sus costumbres campesinas, eligió despedir a su hijo desde una casa familiar, rodeado de sus hijas, hijos, nietos, nietas y su hermana. Todos vistieron camisetas blancas con una frase estampada que decía: ‘Tu recuerdo estará con nosotros para siempre’. Así, con ese gesto sencillo y colectivo, le dieron una digna sepultura.

*Los nombres fueron cambiados para proteger sus identidades.