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Bodas de oro

Hablar del Festival Folclórico Colombiano es, sin duda, remitirse a una fiesta tradicional que desde sus primeras versiones marcó pautas en el escenario de la cultura nacional.
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Andrés Forero
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Suministrada
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28 Abr 2024 - 10:39 COT por Andrés Forero

Eso explica que para el año 1966, la soberana del entonces reinado nacional recibiera honrosamente la dignidad de representar a Colombia en el certamen de Miss Mundo realizado en Londres.

Según reseñaron los diarios de la época, el concurso de la firma Propagandas y Compañía Ltda, gerenciada por el publicista Carlos Velasco, las firmas de Boac, Max Factor, Sedalana y Singer hicieron posible garantizar los medios suficientes para el desplazamiento de la representante colombiana a tierras inglesas.

Una asociación de estas empresas “al primer evento nacionalista” realizado en Ibagué, como destacaba en sus páginas el periódico El Cronista, que, ya entonces ambientaba la importancia y compromiso del sector privado en la planeacion y desarrollo de los festejos.

Ahora que se aproximan las bodas de oro del Festival viene bien dar un vistazo al pasado para reconocer que las discusiones en torno a la sostenibilidad financiera y la relevancia o no de un tercer actor en la organización de las tradicionales festividades de junio en Ibagué han estado sobre la mesa casi que de manera permanente.

Fueron severas las críticas hacia la figura de don Adriano Tribín Piedrahita, pues para el año 66 las deudas acumuladas por la Junta de Turismo, desde 1961 rondaban los 400 mil pesos a favor de 500 acreedores, incluida la compañía aérea Avianca.

Durante una reunión convocada por el gobernador Rafael Caicedo, Tribín, quien hacía las veces de director ejecutivo de Turismo, atribuyó el origen de todas estas dificultades de orden financiero al no pago oportuno de los aportes que por disposiciones de la ley 27 corresponderían al gobierno central y que para ese momento representaban un millón 100 mil pesos, lo suficiente para dar por superado el déficit y financiar la siguiente versión de los festejos.

Fue entonces, cuando para recaudar fondos que permitieran atender esos compromisos no honrados, se proyectó el montaje de una gran carpa, con capacidad para unas cuatro mil personas, donde se centralizó la presentación de todos los espectáculos del festival, inclusive la coronación de la Reina Nacional, estrategia de venta de entradas que permitiera absorver parte de los gastos del festival.

Sin embargo, las respuestas oficiales no dejaron satisfechos a los proveedores que anunciaron demandas contra el municipio, un escenario turbulento que llevó a preguntarse si el Festival al menos en su componente nacional debía desarrollarse cada dos años, sí reducir a cinco días el evento, plantear si acaso no debería volverse a la alegría y espontaneidad del primer Festival, una descripción digna de retrotraer al pie de la letra para esta Columna.

“En él la música y sus hermosas canciones tuvieron el más apasionante y dulce sabor terrigeno y constituyó por esto el más agradable deleite para propios y extraños. En él se presentó el Tolima con el encanto de sus bellas mujeres llenas de placidez y de alborozo, luciendo con gracia y primor los más variados y típicos atuendos campesinos en el más espontáneo y bello regocijo popular. Fue algo así como el preámbulo de una epopeya hacia la exaltación de los valores nativos, a la grandeza de un pueblo que tejía collares luminosos con la pedrería de sus lágrimas como para burlase del dolor y de la angustia y sublimar esa exultante explosión de alegría, de una raza pujante y vigorosa. Bundes, guabinas, torbellinos y bambucos en líricas oleadas arrebataban los corazones del pueblo tolimense. Fue cuando Ibagué vio sus caIles como un jardín lleno de aromas, y era ese "solar abierto al mundo en donde se disipan las pe-nas"

Una vision contrastante con la de Jairo Ochoa, gerente de Babaria para aquel entonces quien maravillado por el renombre y las referencias del festival aseguraba “Hay necesidad de buscarle una buena financia-ción, porque es una fiesta del Tolima, que por ningún motivo se debe de acabar”.

Concepto tan vigente como hace cinco décadas.

Y aunque la alcaldesa Johanna Aranda y la gobernadora, Adriana Magali Matiz han expresado públicamente su voluntad de trabajar articuladamente para hacer de este Festival 50 un evento memorable, las experiencias pasadas hacen temer que al final se repita la secuencia de errores en la que con presupuestos independientes, se termina fragmentando la festividad en tres partes, haciendo de cada momento, una especie de competencia por demostrar quién lo hace mejor o quién se equivoca para luego echárselo en cara.

Sin importar si se trata del evento local, departamental o nacional, el Festival Folclórico es uno solo y en consecuencia debe darse una articulación armoniosa en presupuestos, logística y acciones para asegurar su éxito, propósito para el que se necesita una entidad idónea y capaz de trabajar en la gestión de recursos adicionales a los procedentes de las arcas públicas.

Una organización con visión gerencial, a la altura de los grandes festivales del país como el Carnaval de Barranquilla, el Carnaval de Blancos y Negros de Pasto o la Feria de Las Flores de Medellín.

En lo particaular, es mi sentir que, tratándose de las bodas de oro del Festival, la agenda presentada, esta semana, carece de la solemnidad y el realce que amerita la ocasión y termina viéndose como una versión más.

Quizá debió estar más enriquecida de esos elementos simbólicos construidos en cinco décadas de historia, llevando a los asistentes a una experiencia de reencuentro con la memoria, a un recorrido por el tiempo, renunciando a la espectacularidad, pero evocando la sencillez y autenticidad de la alegoría típica de los primeros festivales. Reviviendo como homenaje el orfeón musical dirigido originalmente por el maestro José Ignacio Camacho Toscano y cuyo debut se dio en el marco del Festival o un homenaje musical en tributo a los artistas que en 50 años han pasado por los escenarios de esta fiesta y que han incluido figuras de la talla de Pacho Galán y su orquesta, Victor Hugo Ayala o Escalona.

En últimas, todo lo necesario para en palabras del periodismo de hace medio siglo, hacer posible que “el certamen reverdezca en laureles, en frutos de arte y cultura, y constituya, cada nuevo año la más auténtica expresión de colombianidad.