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Defender la UT con todo y alma

¿A quién perjudica que la UT tenga unos torniquetes de acceso y solicite a cada uno de sus integrantes, para poder ingresar, el carné, como ocurre en cualquier establecimiento público del mundo? ¿Será que aquellos pocos que todavía están contrariados con ello se niegan a entregar sus documentos cuando, en un aeropuerto, se les exige el pasaporte o la cédula?
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5 Oct 2025 - 8:02 COT por Juan Manuel Díaz Borja

La semana anterior se hizo viral en el país un video de estudiantes, funcionarios y profesores de la Universidad del Tolima impidiendo que los denominados “capuchos” vandalizaran la entrada del campus principal y destruyeran los torniquetes de acceso, como han hecho en ocasiones anteriores. Sin duda, una imagen trascendental que deslegitima por completo el accionar de los violentos, que, en su mayoría, y según reportes del mismo estudiantado, no pertenecen a la UT y posan de defensores de la institución mientras buscan satisfacer sus propios intereses.

Para nadie es un secreto que la Universidad del Tolima, además de su papel preponderante en el departamento y el país, representa un escenario importante de participación social y política; y aquello es aprovechado por quienes ven en la libertad de las instalaciones del campus la oportunidad para comercializar droga, dadas las circunstancias de consumo de sustancias alucinógenas que históricamente ha sufrido el alma máter.

Más allá de la confrontación con los “capuchos”, lo sucedido en la UT debe ser el inicio de un precedente. En la UT hay gente valiosa: estudiantes pilosos, funcionarios dedicados y profesores con unas calidades académicas y humanas excepcionales, que están llamados a defender con alma, corazón y vida su institución. No se trata de caer en el debate al que los violentos han querido apelar para “justificar” sus acciones, pues no se defiende una puerta o una pared; se defiende la institucionalidad y el derecho a tener un campus y unas instalaciones en óptimas condiciones, limpias, funcionales y, desde luego, que puedan servirle a la ciudadanía en general para aprender, debatir e intercambiar conocimiento.

Es cierto que la UT tiene problemas, que en el marco de las decisiones administrativas se cometen errores e incluso se nombran o contratan funcionarios que, como decía Jaime Garzón, no funcionan. Pero no por ello —y como lo hemos dicho en diferentes escenarios—, la forma de reclamar o exigir es a través de la violencia. Resulta ilógico pensar que es adecuado romperlo todo para reclamar más presupuesto o transparencia en el mismo, cuando esos daños, cometidos en el marco de ese reclamo, le cuestan a la institución varios millones que dejan de ser invertidos en necesidades reales.

La Universidad del Tolima debe ser un espacio de disertación académica, social, cultural y política, no un lugar ingobernable en el que todo aquel que quiera (sin importar que pertenezca o no a la institución) pueda hacer y deshacer sin que nadie le diga nada. Sobre todo, cuando aquellas acciones contrarían los derechos de los demás, como el derecho a un ambiente sano y libre de humo o alcohol, como frecuentemente ocurre en el parque Ducuara.

¿A quién perjudica que la UT tenga unos torniquetes de acceso y solicite a cada uno de sus integrantes, para poder ingresar, el carné, como ocurre en cualquier establecimiento público del mundo? ¿Será que aquellos pocos que todavía están contrariados con ello se niegan a entregar sus documentos cuando, en un aeropuerto, se les exige el pasaporte o la cédula?

Mi invitación es a que, como comunidad universitaria, defendamos la Universidad del Tolima desde lo dialógico, desde los espacios asamblearios, desde las propuestas políticas. Que, como dice el Canto Mayor, compuesto por los maestros Ricardo León y César Zambrano, “construyamos entre todos la cultura de la paz”.

A menos de un año para la elección de nuevo rector, la UT deberá estar preparada para llevar a cabo una campaña basada en el respeto, los argumentos y el profundo amor por la institución.