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Jóvenes rurales: el motor a encender por el agro tolimense

¿Por qué se van los jóvenes? Me lo han dicho en gran parte de la ruralidad del Tolima: “Amigo, en el campo toca trabajar de sol a sol para apenas sobrevivir, y en la ciudad al menos hay WiFi”.
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20 Sep 2025 - 19:47 COT por Omar Julián Valdés Navarro

En mi experiencia en el sector agropecuario, ya sea en lo municipal o departamental, confirmé algo que ningún informe técnico te advierte: el campo no se sostiene solo con semillas, fertilizantes, maquinaria o recursos. Hay que sumarle las ganas de la gente. Y, para ser honesto, esas ganas hoy escasean entre los más jóvenes.

Lo veo en Fresno, Líbano o Rioblanco: las fincas siguen dando fruto, pero en muchas la edad promedio del caficultor supera los 55 años. El dato es frío, pero la imagen es clara: si seguimos así, dentro de poco las manos que recojan el café serán más temblorosas que firmes. Y créanme, un café especial no perdona una cereza mal escogida.

Pero no todo es drama. Planadas, por ejemplo, es la joya de la corona: durante las últimas cosechas, 2.300 muchachos del municipio se vincularon a la recolección, evitando traer mano de obra de otras regiones. Ese dato lo celebré como si hubiéramos ganado una estrella Michelin en plena montaña. Sin embargo, ese impulso no se mantiene solo: hay que motivarlo, acompañarlo y, sobre todo, hacerlo rentable.

¿Por qué se van los jóvenes? Me lo han dicho en gran parte de la ruralidad del Tolima: “Amigo, en el campo toca trabajar de sol a sol para apenas sobrevivir, y en la ciudad al menos hay WiFi”. Y tienen razón: todavía hay lugares donde estudiar es caminar dos horas bajo la lluvia, y sacar un crédito para una vaca es más difícil que conseguir visa a Marte. Así no hay relevo generacional que aguante.

Pero yo no creo en la resignación. He visto lo que pasa cuando les damos herramientas. En muchas partes del Tolima, unos pelaos han montado microempresas de café especial que hoy exportan sus microlotes a diversas partes del mundo. O pregúntenle a mi gran amigo Newerley Gutiérrez, quien, junto a su joven familia y pese a las adversidades de la violencia en Rioblanco, sacó su empresa adelante y hoy es un referente en cafés de especialidad. Ese tipo de historias me recuerdan por qué vale la pena insistir.

Ahora, alguno dirá mientras lee esta columna: “Este tipo se queja y no propone nada”. Pues les propongo —como buen político— tres cosas claras, aunque no fáciles:

Tecnología que huela a futuro. Drones para monitorear cultivos, riego eficiente, apps que muestren el precio del café en tiempo real. Si el agro también tiene pantallas y datos, los muchachos dejarán de verlo como atraso.

Crédito hecho a su medida. No créditos con letras tan pequeñas que ni con lupa. Fondos de garantías que respalden a los jóvenes rurales y los ayuden a innovar sin hipotecar la finca del abuelo.

Educación conectada con el mercado. Formación técnica en agroecología, transformación de productos y mercadeo digital. Que el colegio rural enseñe a manejar un vivero, pero también a vender café por Instagram.

El Tolima tiene todo para ser referente: suelos fértiles, climas diversos y, sí, jóvenes con talento y ganas. Cuando dirigía la Escuela Regional de Café, vi brillar los ojos de un recolector que cataba por primera vez su propio café tostado. Ese brillo es el motor que necesitamos.

Apostarles a los jóvenes rurales no es un lujo: es la única manera de que, dentro de unos años, sigamos brindando con una taza de café tolimense… y no importado de quién sabe dónde.