De orgullo regional a olvido nacional: el algodón que vi de niño

Cuando a un tolimense se le hablaba del algodón, el pecho se le hinchaba de orgullo. Hablaba con cariño de este cultivo que durante décadas fue símbolo de progreso y tradición en muchos municipios del departamento. Me incluyo entre ellos. Recuerdo, siendo niño, viajar por las carreteras del norte del Tolima y observar, extasiado, las extensas llanuras sembradas de algodón en los campos de Armero, Lérida y Venadillo. Tal vez por esa nostalgia escribo hoy sobre un sector que alguna vez fue pilar económico de la región, y que, aunque aún mantiene relevancia, va desapareciendo poco a poco. Hoy más que nunca, necesita atención urgente del Gobierno Nacional.
Al revisar las cifras, encontramos que Tolima es el segundo mayor productor de algodón en el país. De las cerca de 7.500 hectáreas sembradas anualmente en Colombia, aproximadamente 2.500 se cultivan en nuestro departamento. A pesar de los avances en semillas y tecnologías agrícolas, la productividad aún es baja: apenas se alcanza una tonelada por hectárea, cuando el objetivo es llegar, al menos, a 1.3 toneladas.
Aunque el algodón es una materia prima esencial para las industrias textil e industrial, su cultivo ha venido en declive. Desde 2014, el área sembrada en Colombia ha disminuido más de un 14%. Muchos atribuyen esta caída a la baja demanda, pero al investigar más a fondo, el panorama es distinto. La demanda nacional anual ronda las 50.000 toneladas, pero en 2024 el país solo logró producir 9.300 toneladas, es decir, apenas el 18% de lo que necesita el mercado interno.
Resulta inquietante que problemas similares afecten también al maíz y al arroz: nuestra producción interna no alcanza para cubrir la demanda nacional. Y lo más preocupante es que sí contamos con tierra fértil, tecnología disponible y productores dispuestos. Tenemos todo, menos una política coherente que impulse estos sectores estratégicos.
Si profundizamos más, vemos que cada vez hay menos empresas comercializando fibra de algodón en Colombia, y que apenas quedan tres hilanderías operando en el país. Nos convertimos en importadores de un producto que podríamos producir localmente. Y si fuera un mal negocio, como algunos argumentan, no habría un 20% de agricultores valientes que aún apuestan por el algodón, confiando en que es posible obtener rentabilidad.
En medio de reformas repetidas y políticas económicas sin articulación real, es hora de que los ministerios trabajen juntos. Debe existir coherencia entre las políticas agrícolas, comerciales, de importación y exportación. Deberíamos aprender de los países desarrollados, donde las verdaderas disputas no giran en torno a ideologías o discursos vacíos, sino a cómo colocar sus productos en mercados internacionales y proteger su producción local de manera estratégica.
Como siempre en esta columna, mi llamado es a mirar el mercado con visión, a proteger sectores clave de nuestra economía y a construir caminos reales hacia la competitividad. El algodón sigue siendo un renglón importante para el Tolima, pero no necesita más subsidios ni maquinaria abandonada. Lo que necesita es una política pública clara, coherente y enfocada en la eficiencia. Quiero volver a ver florecer esta industria, y que aquellas praderas blancas que recuerdo de niño no sean solo un eco del pasado.