¿El Tío Sam o La Ruta de la Seda? “Colombia debe estar con Washington, Pekín y el resto del mundo”

No se trata de un juego de azar o de sentimientos ideológicos, es una partida de ajedrez donde cada movimiento debe ser racional, estratégico y proyectado a largo plazo. En este escenario, reducir nuestra política exterior a un dilema entre Estados Unidos o China es una visión miope y peligrosa. Colombia no debe escoger entre polos, debe posicionarse con el mundo.
La iniciativa de la franja y la ruta, promovida por China, más que una red de infraestructura global es una declaración de intenciones sobre la reorganización del comercio, la inversión y la influencia. América Latina ha empezado a jugar ese juego, algunos con mayor decisión (como Argentina, Chile o Perú), y otros con mayor cautela. Colombia, en cambio, aún no define una agenda internacional que busque el crecimiento económico sin ideologías.
Desde el punto de vista comercial, China se ha convertido en el principal socio de la mayoría de los países latinoamericanos. Su capacidad de financiar obras de infraestructura, abrir mercados para materias primas y transferir tecnología a bajo costo la convierte en un aliado atractivo. Pero esa cercanía no es gratuita, viene acompañada de un modelo diplomático menos transparente, con intereses geopolíticos que no siempre son visibles a primera vista. China es un socio lejano, en este sentido y la tendencia Off Shoring es compleja en términos de competitividad y costos logísticos.
Estados Unidos, por su parte, sigue siendo la economía más poderosa, y para Colombia representa una ventaja logística (Near Shoring o negocios cercanos), normativa y cultural innegable. Con este país compartimos tratados de libre comercio, complementariedad productiva, cooperación en seguridad y, sobre todo, una historia de relaciones institucionales profundas. Pero también es un socio que, como lo han advertido líderes mundiales, ha mostrado señales de repliegue estratégico en América Latina. La doctrina Monroe parece revivir, pero sin músculo financiero ni voluntad expansiva.
¿Qué debe hacer entonces Colombia? La respuesta no es alinearse con uno y rechazar al otro, sino construir una política exterior multipolar, pragmática, moderna y proactiva. Necesitamos dejar de actuar como fichas movidas por intereses ideológicos, y comenzar a jugar como nación soberana, con agenda propia, capacidades fortalecidas y objetivos de largo plazo. La clave está en la diversificación de mercados, de socios, de productos y de instrumentos diplomáticos.
Esto implica entender que la Ruta de la Seda no es un destino, sino una ruta. Y como toda ruta, puede llevar a nuevas oportunidades si se transita con preparación, pero también puede extraviar si se camina sin rumbo. No podemos pensar que firmar acuerdos o aceptar inversiones chinas resolverá nuestros problemas estructurales. Si no mejoramos nuestra infraestructura interna, si no facilitamos el comercio, si no tecnificamos el agro ni elevamos nuestra productividad, solo estaremos importando discursos, no beneficios reales.
Nuestra política comercial con China debe estar acompañada de inteligencia económica. Por ejemplo, apostar a nichos donde tengamos ventajas competitivas como el café especial, el aguacate, la biocosmética, el turismo de naturaleza o la industria audiovisual, esto exige desarrollar capacidades logísticas, conectividad aérea y alianzas empresariales. No se trata solo de vender, sino de saber vender, con diferenciación, calidad y conocimiento del consumidor.
Pero también debemos dejar de subestimar a nuestros socios históricos. El Tío Sam sigue siendo clave en productos frescos como las flores, el aguacate Hass, el limón, lima Tahití, los filetes de Tilapia, el café (principal producto de exportación), la manufactura, tecnología, servicios digitales, educación y capital de riesgo. Allí debemos redoblar esfuerzos para posicionar a Colombia no como proveedor de materias primas, sino como un socio de innovación y sostenibilidad.
Lo que está en juego no es un TLC más, ni una obra de infraestructura, ni una línea de crédito. Lo que está en juego es una estrategia de país basada en nuestra capacidad de jugar inteligentemente la partida global. No podemos seguir jugando parqués, cuando el mundo juega ajedrez. Y en ese ajedrez, cada país que actúa con estrategia como Vietnam, Turquía o Marruecos los cuales logran convertirse en un nodo clave de la economía mundial, sin perder autonomía.
Colombia debe aspirar a eso, a ser nodo, no apéndice. A ser protagonista, no comparsa. A negociar con todos, pero desde la dignidad del que se prepara, del que innova y del que cree en su propio futuro.
El nuevo orden global exige prudencia, visión y estrategia. No es tiempo de extremos ideológicos, sino de equilibrio. No es momento de fidelidades ciegas, sino de lealtades inteligentes. Colombia no debe elegir entre Washington o Pekín. Colombia debe elegir al mundo.