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S.O.S por el páramo en Murillo

Esos ecosistemas que por años estuvieron ahí ocultos para la mirada humana están en inminente riesgo.
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Andrés Forero
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10 Mar 2024 - 7:05 COT por Andrés Forero

La imagen de cientos de frailejones consumidos por el fuego, en el Páramo de Santurbán, a causa de incendios de capa vegetal, ha sido quizá la más grave manifestación del impacto ocasionado por el reciente fenómeno del niño y prueba inequívoca del deterioro de la salud del planeta.

Esa desesperanzadora escena podría repetirse en territorio tolimense, si no existe una intervención urgente y coordinada de la autoridad ambiental para poner freno a lo que está pasando en la zona del Parque Nacional Natural de Los Nevados.

La habilitación de la vía Murillo – Manizales, además de ser una proeza desde el punto de vista de la ingeniería, surcando serpenteantemente la zona baja del imponente Nevado del Ruiz, se ha convertido en una verdadera sensación para cazadores de paisajes, que, admirados por la belleza natural, recorren por cientos este trazado vial a diario, con énfasis particular los fines de semana.

El desarrollo en materia de infraestructura ha dinamizado la economía de poblaciones cercanas como Murillo, en el norte del Tolima, donde la capacidad hotelera va en expansión, los restaurantes y el sector turismo repuntan, gracias a la generosa presencia de visitantes, muchos de ellos extranjeros y otro tanto llegados desde la capital de Caldas.

Pero no sólo el camino brumoso, viralizado en redes sociales por una repentina nevada que tapizó de blanco el paso de los usuarios en la vía, resulta ser el plan por el que los turistas apuestan.

Los atajos en el recorrido, a través senderos decorados por espigados frailejones y tapetes de musgos, conducen hacia paraísos como los termales ‘El Sifón’, un circuito de pozos de aguas azufradas hasta donde hoy se llega sin mayor esfuerzo, pues el acceso vehicular es permitido, con lo que eso, ya de por sí, significa en términos de impacto ambiental.

No está claro si el exuberante destino se encuentra en predios privados, pero lo que sí es seguro es que alguien se usufructúa de él.

En el cruce sobre la vía principal se cobran 15 mil pesos por persona, pago que muchos consiguen evadir ante el alto flujo de curiosos. La promesa es que al llegar a la parte baja encontrarán vestidores y servicios sanitarios que se limitan a improvisadas carpas que distan notablemente de lo ofrecido.

Esos ecosistemas que por años estuvieron ahí ocultos para la mirada humana están en inminente riesgo.

La sobrecarga ecológica que traduce el que cientos de personas recorran la zona, altera las dinámicas de la fauna, estropea la vegetación y ni hablar de la huella depredadora sobre la que nadie ejerce control alguno, agravada en el hecho de que quienes sacan ventaja económica de estos espacios, que, se supone deberían ser objeto de protección especial, ni siquiera disponen contenedores para hacer una adecuada disposición de residuos y desechos.

Aunque se trata de un páramo, fábrica natural de agua y recurso del que hoy carecen cientos de poblaciones en Colombia, en el mismo escenario es posible divisar, incluso, cabezas de ganado pastando como si se tratara de un potrero corriente, muestra de la indebida extensión de las fronteras agropecuarias, en parajes de los que, por distantes, pareciera no proceder la regulación del Estado.

Cerrar la puerta al turismo, con certeza, no es el camino, menos expropiar el derecho a la posesión de la tierra. Pero sí demanda rigurosos protocolos y procesos de educación ambiental para asegurar la compatibilidad de esa actividad en armonía con la naturaleza, vista como un asunto de interés público.

Restringir el acceso en medios motorizados y en su lugar promover las caminatas ecológicas, limitar el aforo de visitantes a un tope determinado por día, promover la presencia de vigías o guardabosques y ejercer una continua vigilancia desde la corporación ambiental y las autoridades locales deberían ser parte de las medidas inmediatas a considerar para evitar un desastre.

El turismo no puede convertirse en una actividad meramente ‘extractivista’, menos cuando se trata de naturaleza y en su lugar debería ser usado como excusa para sensibilizar sobre lo que está en juego si no medimos lo que estamos haciendo y en especial si no actuamos.

Esta debe ser una advertencia además para que la Alcaldía de Murillo, la Gobernación del departamento y Cortolima tomen cartas en el asunto de manera temprana y no hagan presencia solo para intentar contener el daño cuando ya esté hecho.

Ojalá que la Procuraduría Ambiental y Agraria, también ponga los ojos sobre esta problemática y escuche el S.O.S que hoy lanza ese importante activo ambiental patrimonio de las generaciones presentes y futuras.