Que los funcionarios funcionen
Muchas fueron las frases célebres que nos dejó Jaime Garzón y que siguen retumbando en la memoria de los colombianos. Entre ellas aquella que decía: “nosotros nombramos funcionarios públicos para que le funcionen al público y terminamos haciéndole la venia, es decir todos sirviéndoles a ellos. Es un absurdo”.
Cuánta razón tenía Garzón en aquel juego de palabras que, sin necesidad de sonar en verso, sonaban casi como un poema por la carga de profundidad emocional con la que eran pronunciadas, y sobre todo porque el mismo Garzón fue funcionario público en el Plan Nacional de Rehabilitación y la Consejería de Desarrollo Constitucional. Posteriormente fue alcalde menor de Sumapaz y vivió en carne propia las mieles de la burocracia, pero también las necesidades de gente como él, que acudía ante las diferentes entidades del Estado para tratar de resolver las muchas problemáticas de sus comunidades.
Quizás más de 30 años han pasado desde aquella frase, y desafortunadamente eso no ha cambiado en Colombia. Contrario a ello, la distancia entre el funcionario público y el ciudadano promedio ha crecido exponencialmente, y aquello puede verse no solamente en el trato persona a persona en donde generalmente se mira al ciudadano por encima del hombro, sino en la forma de que ese funcionario “resuelve” las problemáticas de la gente. En el país ha hecho carrera que al político o a la persona que trabaja para el Estado se le dice “doctor” sin importar que ni estudios tenga, pero además de ello, que se le debe llevar las achiras en el caso del Tolima, o los detalles (por no decir otra cosa) para que agilicen algún documento o simplemente hagan lo que tienen que hacer y por lo que les pagan con los recursos de todos los colombianos. Como decía Garzón después que eso pasa, se le agradece por los siglos de los siglos. Absurdo, efectivamente.
Ibagué, desafortunadamente no es la excepción en ello. Hay entidades, instituciones o despachos de los gobiernos de turno en donde los funcionarios exigen sin ruborizarse un trato superior por el hecho de tener un cargo directivo o una mejor ubicación en el rango de los llamados “roscogramas”. Hay funcionarios que atienden de mala gana, y lo que es peor, que maltratan a los ciudadanos, pero siguen siendo respaldados generalmente por algún político o personaje con influencia, que en el peor de los casos ni se da por enterado que su recomendado no sirve sino para cobrar el sueldo a fin de mes. Ni hablar de negocios privados, en los que atienden como si la personas fueran a pedir un favor, y no a adquirir un servicio.
Tristemente aquello seguirá pasando. En lo público mientras los cargos, los contratos y las oportunidades laborales en los ejercicios de poder estén guiadas por los amiguismos y el número de votos que pueda poner determinado individuo, y no por los conocimientos técnicos, académicos y profesionales, o la calidez humana que tengan las personas; y en lo privado, mientras los empresarios no estén al tanto de la forma en que sus empleados asumen los procesos de atención al cliente.
¿Se imaginan que algún día tuviera mayor peso el mérito y la formación en valores por encima de las recomendaciones del político o el ser hijo, nieto o sobrino de alguien? Sin ninguna duda todo funcionaría mejor.
Que no se preocupen los que se den por aludidos. No los voy a hacer quedar mal. (Por ahora).