El campo es para valientes

No conozco empresario más arriesgado que el campesino. No es fácil tener toda su fe, sus ahorros y su deseo de progresar puestos en la tierra. Por eso, cuando un productor se arriesga, lo hace como los grandes: invierte lo poco o lo mucho que tiene, sin garantías de que el clima, el precio o la suerte le jueguen a favor. Si eso no es ser valiente, entonces no sé qué lo sea.
Actualmente el clima no da tregua. En El Espinal, por ejemplo, apenas se han sembrado cerca de 1.500 hectáreas de arroz, muy por debajo de las 14.000 que normalmente se tienen para estas fechas. Y no es por falta de ganas, sino por las inclemencias del tiempo, los costos y la incertidumbre. Porque el campesino, que en su gran mayoría no conoce la bolsa de valores, sí apuesta todos los días sin entender por qué suben o bajan los precios de las cosechas. Lo hace sin asesores financieros ni gráficas en PowerPoint: solo con el instinto que da la experiencia y el corazón que solo se entiende cuando uno madruga al campo.
Y seamos honestos, ¿Quién más siembra sabiendo que puede perderlo todo con una sola lluvia o una semana de verano? Solo alguien que ama profundamente lo que hace. Porque el que trabaja la tierra no lo hace por moda, sino por convicción. Por eso, cada vez que escucho decir que el campesino “no progresa porque no se tecnifica”, pienso: ¿Cómo se tecnifica uno si el crédito no llega, si el apoyo técnico se queda en los escritorios y si el clima hace lo que le da la gana?
El campo tolimense está lleno de héroes silenciosos. En el norte, los cafeteros resisten entre lluvias desbordadas; en el sur, los arroceros hacen cuentas para ver si este año alcanzan a recuperar lo invertido; y en la cordillera, productores de caña, aguacate y cacao siguen apostando, sin saber si el precio del día siguiente los dejará respirar o los pondrá a empezar de cero.
Pero no todo está perdido. Yo sigo creyendo que hay salida, siempre y cuando el apoyo institucional deje de ser discurso y se vuelva acompañamiento real. Es hora de que las entidades gubernamentales, las universidades y el sector privado trabajen de verdad en equipo. Que los créditos lleguen a tiempo, que la asistencia técnica no se quede en el papel, y que la ciencia y la tecnología se traduzcan en soluciones que el productor entienda y pueda aplicar.
Si algo he aprendido en mis años en el sector agropecuario, es que el campesino no necesita lástima, necesita herramientas. No pide subsidios eternos, pide condiciones justas. Si se le da acceso a información climática confiable, financiamiento oportuno y capacitación práctica, el productor tolimense no solo resistirá, sino que saldrá adelante como siempre lo ha hecho: con las manos llenas de tierra y el corazón lleno de esperanza.
Porque el campo, más que un oficio, es un acto de fe.
Y quienes todos los días siembran sin saber si lloverá o hará sol, merecen más que aplausos: merecen respaldo, respeto y resultados.