Petro en Ibagué

Desde la teoría política, se reconoce que los líderes populistas o de corte plebiscitario tienden a apoyarse menos en las instituciones tradicionales y más en la agitación Y la movilización Popular. Lo que vimos el viernes responde a esa lógica: Petro convoca a la ciudadanía a organizarse en comités constituyentes y a recoger firmas, no solo como una estrategia de participación, sino como un mecanismo de presión sobre el Congreso. Este recurso, históricamente presente en gobiernos como el de Chávez en Venezuela, busca legitimar reformas apelando a la “voluntad del pueblo” frente a la supuesta “traba institucional”.
El uso de símbolos —la bandera rojinegra, la exaltación de figuras como Melo y Padilla, y la presencia de un excombatiente del M-19— revela una apuesta por reescribir la memoria histórica del país con el objetivo de confundir símbolos de inclusión con símbolos de exclusión, que dividen más de lo que unifican.
De hecho, su discurso en esencia fue netamente político, o politiquero mejor; Frases como “pónganme al que sea y lo barro” constituyen un acto de reafirmación personal que, si bien fortalece su liderazgo dentro de sus fanáticos, profundiza la percepción de que el presidente no distingue entre su rol institucional y su rol de candidato eterno. Lo cual confirma que Petro piensa más en lo electoral que en gobernar.
En este sentido, ahora se autoproclama líder y referente mundial, al cuestionar a Estados Unidos por su política migratoria y al afirmar que “Colombia ya no es conocida por Escobar, sino por Petro”, cosa que no sabemos cuál es peor. Este tipo de discurso demuestra que la megalomanía es la que nos gobierna, un fenómeno frecuente en esta clase de liderazgos que trasladan el prestigio del Estado al nombre propio del mandatario.
Porque si algo quedó claro en Ibagué, es que el presidente se proyecta menos como un administrador del Estado y más como un caudillo en búsqueda de perpetuar su legitimidad en las calles. Si bien lo anterior mantiene su vigencia política, también polariza y desgasta.
Este plan, aunque eficaz para fidelizar seguidores, corre el riesgo de debilitar la arquitectura democrática al reemplazar el debate institucional con la lógica del gamonal que “barre” a cualquiera que se le enfrente.
Si Petro insiste en gobernar más desde la tarima que desde la Casa de Nariño, terminará recordado no como el presidente que transformó a Colombia, sino como el que confundió la retórica que llena plazas y calles, con la solidez del Estado.