Adaptarse o desaparecer, la inteligencia artificial no espera a nadie

Por estos días tuve la oportunidad de asistir al conservatorio Talento y Territorio organizado por la Cámara de Comercio de Ibagué, escenario en el que se tocaron importantes aspectos relacionados con la era digital en cuanto a la aplicación de tecnologías emergentes y especialmente Inteligencia Artificial en diferentes sectores como el agro, la industria, el turismo, la academia y los servicios.
A partir de diferentes reflexiones y conceptos que he podido recoger al adentrarme en el mundo de la IA, considero importante destacar que hoy vivimos en plena quinta revolución industrial y la inteligencia artificial (IA) es una mega tendencia que lo cambiará todo. Mientras algunos aún se preguntan si esta tecnología es una amenaza o una moda pasajera, en los países que lideran la economía mundial como Estados Unidos, China, Corea del Sur, Alemania e Israel, la adopción de la IA ya no es una opción sino una obligación para crecer, competir y sobrevivir. Allí, las comunidades digitales la han integrado masivamente en procesos productivos, educativos, financieros y hasta en la vida cotidiana, generando una ventaja competitiva exponencial. Las empresas que han integrado IA no solo aumentan productividad, sino que redefinen sectores completos como el financiero, salud, manufactura, educación y transporte, entre otros, siendo reconfigurados a las dinámicas del mercado.
Regiones como América Latina avanzan a un ritmo desigual o, mejor dicho, lento. El Banco Mundial advierte que la brecha digital y el bajo nivel de adopción tecnológica en países en desarrollo podría producir un inmenso rezago económico irreversible si no se toman medidas urgentes. La IA no es solo una herramienta, es un nuevo lenguaje productivo. Los que no lo hablen, serán los nuevos analfabetos funcionales del siglo XXI, quienes quedarán excluidos de las dinámicas laborales, sociales y económicas que definirán el futuro en el corto y mediano plazo.
Por supuesto que la IA también implica riesgos, la automatización basada en IA reemplazará millones de empleos repetitivos o basados en rutinas predecibles o estandarizadas, asistentes administrativos, traductores básicos, agentes de servicio al cliente, diseñadores gráficos, contadores, abogados, o incluso ciertos perfiles de ingenieros de sistemas o programadores. Sin querer demonizar la tecnología, lo que debemos es entender que cada revolución tecnológica ha desplazado ocupaciones mientras generaba nuevas profesiones, competencias y oportunidades. Hoy surgen campos como la ingeniería de prompts, el diseño de algoritmos, la auditoría de modelos de IA o la neurociencia computacional. La clave no está en resistirse, la clave está en aprender a convivir y adaptarnos complementando nuestras habilidades con la IA, enfocándonos en la creatividad, la estrategia y la inteligencia emocional, que aún son capacidades esencialmente humanas y por ahora irremplazables.
Las sociedades que comprendan esta dinámica tecnológica serán las que lideren los mercados globales. Las que sigan en la duda, quedarán condenadas a importar tecnología sin capacidad de crearla, atrapadas en economías de bajo valor agregado. Por esta y otras muchas razones, la cuádruple hélice compuesta por gobiernos, empresas, universidades y ciudadanos deben acelerar su adaptación al ecosistema digital, fomentando la educación en habilidades digitales y el pensamiento crítico ante los sesgos y límites de la IA.
Ahora bien, cuando analizamos el contexto colombiano y suramericano, preocupa el escepticismo y la incomprensión que aún se mantiene alrededor de la inteligencia artificial. Todavía hay quienes la ven como una amenaza al talento humano, como un plagio del pensamiento creativo o una suerte de limitación mental que reemplaza el esfuerzo por la inmediatez. Nada más lejano a la realidad. La IA es una extensión de la inteligencia colectiva que hemos desarrollado como especie y que, bien utilizada, puede democratizar el acceso al conocimiento, mejorar la productividad, optimizar los servicios públicos y privados, y revolucionar la manera en que aprendemos, producimos y consumimos.
Pero para eso necesitamos cambiar de mentalidad, no se trata de pelear con la herramienta, sino de entenderla y aprovecharla. Cada vez que una empresa, una universidad, un gobierno o un ciudadano en Colombia se resiste a aprender a interactuar con la IA, está cediendo terreno en la competencia global. Mientras en China los niños de 10 años ya aprenden a entrenar modelos de lenguaje, en nuestros países seguimos discutiendo si la IA nos va a quitar el trabajo o si es un plagio de la mente humana. Este atraso cultural y cognitivo es el verdadero enemigo.
Necesitamos una revolución educativa profunda, que los colegios enseñen pensamiento computacional, que las universidades integren la ética de la IA en sus programas, que los empresarios vean la IA no como un gasto sino como una inversión estratégica, que los NINI (jóvenes que ni estudian ni trabajan), sean capacitados en sistemas, programación e IA, para que su talento no se desaproveche deambulando por la vida sin nada que hacer.
Estamos frente a una oportunidad histórica, la IA no va a detenerse para que la entendamos, debemos alcanzarla en su propia carrera. El futuro no será de quien más temores tenga, sino de quien mejor sepa entrenar una IA para potenciar su inteligencia humana. Si Colombia y América Latina no dan este salto, otros lo harán, y nos veremos condenados a ser solo consumidores de lo que otros diseñen. El mensaje es claro: “O nos subimos al tren de la inteligencia artificial, o simplemente nos quedaremos mirando cómo pasa frente a nosotros”.