Búsquenme en el cielo

En este momento todo está en silencio. Todavía no sé si he llegado al cielo o si todavía estoy en eso que llaman el limbo. Aun escucho a la gente mencionar mi nombre cuando salgo del letargo e incluso he visto mi cara en afiches desgastados en algunos postes de Ibagué, ciudad a la que llegué desde mi pueblo para estudiar Artes y hacerme profesional para ayudar a mi gente.
Han pasado solo unos días desde aquella noche en la que por cosas que aun no entiendo, me fue arrebatada la vida de forma violenta. Yo solo estaba buscando trabajo, pero encontré la muerte y ella no me dejó mediar palabra. Mi presencia, hoy en otro plano, no ha podido parar de recorrer ese lugar a donde pereció mi cuerpo, así como tampoco he podido dejar de pensar en los cientos de mujeres que pueden estar en peligro no solo en esa calle boscosa, sino en el mundo entero. Incluido el mundo virtual.
He sabido que luego de que me mataran se hicieron marchas, plantones y actos conmemorativos, los cuales, aunque muy bonitos y sentidos, no me devolverán la vida, y tampoco protegerán a quienes, como yo, gustan de hacer videos para las redes sociales; bailando, gesticulando o haciendo cualquier cosa que hacen las adolescentes de hoy en día. Qué curioso y qué paradójico que me hayan encontrado muerta justo el día en el que se conmemoraba el Día de la Mujer. De nada sirven los agasajos, las serenatas y ni siquiera las flores, cuando todavía existe gente que cree que las mujeres nacimos solamente para cocinar y hacer las tareas de la casa o para satisfacer los deseos sexuales del hombre, parir y criarle su descendencia.
Tampoco sirve que acaben a golpes a los responsables de lo que pasó conmigo. No alcanzarían a sentir la mitad de lo que sentí yo cuando enterraban ese frio puñal en mi cuerpo, y de lo que hoy sienten mis familiares y seres queridos con mi ausencia. Ellos se entenderán con Dios y con sus propias conciencias retumbantes en el silencio de una celda.
Lo único que sirve es que se genere conciencia. Que los padres del hoy no críen machitos del mañana. Que la desigualdad social en Colombia deje de ser factor de muerte, porque nadie tiene la culpa de haber nacido pobre y no tener muchas opciones para trabajar cuando se es joven. Que se endurezcan las penas y que nadie se sienta con la potestad de cegar la vida de otro por motivo alguno.
Mi presencia física ya no está, pero pueden buscarme en el cielo, a donde espero estar o llegar pronto, mientras no me olviden y me convierta en una simple cifra escandalosa de la que se acuerdan cada 8 de marzo.
-Sharit Alexsandra Ciro Parra