¡Conmocionados! No son suficientes los adjetivos para calificar lo ocurrido ayer en Ibagué
Para algunos el debate está puesto en el tratamiento de la prensa a la información y buscar afanósamente culpables, pero de fondo el análisis debería estar puesto en otros aspectos.
Lo primero: Políticas públicas en la materia que, hace rato fracasaron. Líneas de emergencia poco funcionales, acciones preventivas casi inexistentes.
La vida no es un tema que de votos, por eso tampoco aparece en los discursos de los candidatos a las corporaciones públicas que prefieren prometer obras.
Tenemos casi cinco Universidades en la ciudad con programas de psicología, sin embargo, no hay articulación alguna entre los actores porque desde la institucionalidad todo se reduce a cumplir indicadores con números dentro de una matriz y metas en un plan de desarrollo. En el peor de los casos la problemática solo sirve de excusa para justificar nueva burocracia e inversiones que no dan resultado.
Las responsabilidades son compartidas y escalan al orden nacional. La respuesta de emergencia, cuando funciona, es insuficiente pues el paciente con ideación suicida queda por cuenta de un sistema de salud paquidérmico donde hay que aguardar semanas para una cita médica, más aun si es especializada.
La figura de psicorientadores y equipos de trabajo social en las Instituciones Educativas donde quizás puedan coexistir los mayores riesgos, pero al mismo tiempo las mayores oportunidades en materia de prevención, también son débiles.
Y a este panorama sombrío se suma, quizás lo más grave, la pasividad de una sociedad que pareciera naturalizar el suicidio como práctica.
La indiferencia frente a los problemas del otro, esa deshumanización en la que nos consumen las tecnologías, la distancia y la soledad en las familias que antes compartían a la mesa, pero que hoy pretenden llenar vacíos emocionales ni siquiera con una voz al teléfono, si no cuando más expresivos desde la frialdad de un emoji.
El profesor Antanas Mockus nos ha enseñado en su tarea de pedagogía social a valorar la vida como un derecho sagrado. Y estamos obligados a defenderla no sólo de quienes quieren apagarla a bala y contra toda voluntad, también hay que protegerla del acecho de la depresión y las sin salidas que desbordan la fragilidad de la mente y la razón humana.