¡Algo huele mal! De un lado y de otro, no hay nadie en quien se pueda confiar

El escenario de la guerra es ahora el imaginario de los ciudadanos, donde se juega una partida de ajedrez en la que ambos bandos dibujan escenarios apocalípticos y pintan toda suerte de héroes y villanos en los que creer desde la obviedad.
Los recientes acontecimientos son prueba de ello.
Colombia como muchos países del continente y del mundo afronta problemáticas sociales, deudas históricas con las clases menos favorecidas y desigualdades que sin embargo no sobrepasan el estado de caos que se ha querido fabricar desde algunos sectores.
Claro que hay problemas serios por atender, pero tampoco son de un año atrás.
No podemos tragar entero y quedarnos tan solo con lo que se ve. Hay realidades fabricadas de las que terminamos siendo Idiotas útiles de tiempo completo.
Desde esa perspectiva y analizando la coyuntura actual, no es casualidad que en menos de un año el presidente Duque haya tenido que enfrentar duros desafíos para neutralizar movilizaciones sociales.
Y resulta aún más obvio cuando 24 horas después de su derrota, el entonces candidato de la oposición, hoy senador de la República, anunciara abiertamente el uso de las vías de hecho como mecanismo de presión, un instrumento estrictamente político para mantenerse vigente hasta las próximas elecciones.
Comenzamos con un radical movimiento estudiantil que a fuerza de presión llevó a La Ministra de Educación a la mesa con respuestas concretas a exigencias desbordadas desde las reales condiciones de las finanzas públicas.
Superado ese impase en el que también fue condición que el Jefe de Estado recibiera a los voceros de los estudiantes, llegó entonces la minga exigiendo derechos que aunque justos y reivindicadores desbordan la capacidad del Estado, el mismo que con rostro de Juan Manuel Santos un día les prometió lo inalcanzable, para quedar bien.
Si de un lado se vende la tesis que hay sectores de derecha interesados en criminalizar la protesta social, entonces también debe darse crédito a los indicios que ponen en evidencia un ataque sistemático para deslegitimar la capacidad del Gobierno.
Hay sin duda personajes con un marcado interés por hacer que el mundo arda, pero nuestro discernimiento responsable debe hacernos trasegar por caminos de sensatez antes que de emoción.
Valdría la pena preguntarse, por ejemplo, más allá del desarraigo y el destierro que han sufrido los pueblos ancestrales ¿quién ha financiado su permanencia en las carreteras durante más de 20 días?
¿Por qué se quiere acorralar al Gobierno imponiendo actitudes caprichosas como la del movimiento indígena del Cauca que demanda la presencia del Presidente en el punto por ellos determinado como si esto garantizara ejecuciones más rápidas o resultados? ¿Qué o mejor quién seguirá ahora?