Perritos de Mocoa, los otros afectados que pocos han atendido
El pánico se apoderó la noche del viernes 31 de marzo de los habitantes de Mocoa, Putumayo. Gente desconcertada y bañada en barro bajaba corriendo de la montaña huyendo de la avalancha que mató a casi 300 personas. El parque central se convirtió en un punto de encuentro de las víctimas. En ese gentío y a oscuras, una diminuta perrita cubierta de lodo intentaba caminar entre los pies de las personas.
Ahí quedó moribunda hasta que amaneció. Tiempo después fue avistada por uno de los cuatro voluntarios que se han dado a la tarea de caminar las calles de la ciudad en busca de animales que perdieron a sus dueños y deambulan hambrientos. Ella era “Luna”, como la han apodado. Una perrita criolla de apenas un mes de nacida. Cuatro días después de la avalancha, es atendida bajo una carpa en los patios de la Policía, donde se instaló improvisadamente un consultorio de veterinaria. Unos cuantos medicamentos se observan en una estantería y una mesa Rimax hace de las veces de mesa de quirófano.
Cuando Luna llegó a este intento de albergue, estuvo a punto de morir por la cantidad de barro que había tragado. Fue tanto, que incluso los primeros días defecaba barro. Hoy, intenta al menos ponerse en pie y dar pasitos, pero llora cada vez que José Darío Camacho, uno de sus dos veterinarios, deja de acariciarla.
Las manos de Camacho han salvado a los 17 perros que están en ese sitio, ubicado al lado del Coliseo Olímpico, donde también funciona un albergue pero para humanos. Un camión de la Policía hace también las veces de guardería, ahí hay unas cinco perritas que tienen a su disposición platos con agua y concentrado. El veterinario de la Universidad Nacional llegó a Mocoa el domingo, tras un largo viaje por tierra desde Villavicencio hasta Putumayo. (Lea: Historia de supervivencia en Mocoa: "Íbamos saltando de techo en techo")
José Darío Camacho ama a los animales, ha expuesto su vida al rescate de estos. Hace un año, para esta misma época, estaba en Pedeñales (Ecuador) ayudando a los perros damnificados por el terremoto. Desde entonces se quedó en el vecino país y construyó con sus propias manos un albergue para las mascotas que se quedaron huérfanas en esa tragedia, ellos son su familia. Este 2017, cuando quiso venir a Colombia a descansar unos días, y justo cuando iba a regresar a Pedeñales, se enteró de la avalancha en Mocoa. Estaba en la terminal de transporte de Bogotá, proveniente de Villavicencio (donde nació) y con rumbo al aeropuerto El Dorado; una amiga lo llamó para contarle la noticia más trágica de los últimos años en Colombia.
“No puedes darle la espalda a tu país”, le dijo ella. El veterinario canceló entonces su vuelo, y después de más de 20 horas de viaje pisó tierra mocoana. Camacho cuenta que su primera misión en la ciudad fue ir a las zonas del desastre para ver a qué perros podía rescatar. La escena que encontró fue la recuperación del cuerpo de una mujer embarazada y el llanto de las personas que alrededor observaban.
Indagó con la Policía si había ya un sitio dispuesto para los animales, pero la respuesta fue negativa. Casualmente se topó con Rosa y Camilo, dos animalistas de la zona que han dedicado su vida a los perros y gatos. Con ellos, buscó ayuda con los uniformados y se ubicaron en los patios de la institución para atender a los animales afectados. Se unieron la Fundación Arca, Corazón Animal y Happy Animal.
Allá han llegado decenas de personas con sus perritos y gaticos lastimados, como la mujer que sobrevivió a la avalancha agarrada de un cilindro de gas, pero sin soltar ni un minuto a su perro en brazos. Otros afectados por la tragedia han llegado para dejar a sus mascotas con Camacho, porque no tienen casa para garantizarles un buen vivir y están pasando los días en los albergues.
Un pitbull es uno de los perros que ha sufrido con la separación de su dueño, uno de los miles de damnificados que se refugian en el Instituto Tecnológico de Putumayo. Desde que él se fue, su mascota no ha dejado de mirar el camino por el que se despidió, y llora hasta que alguien lo acaricia con cuidado.
Laceraciones, hematomas y fracturas son las afectaciones más comunes de las mascotas en Mocoa. Escasean medicamentos como analgésicos y antibióticos, así mismo las frazadas para darle calor en las noches, alimento y agua. “Los animales son maestros que nos enseñan el amor condicional, la confianza en el otro, la paciencia. Ese es el legado de mis padres, el amor por los animales”, dice Rosa Guerrero Zambrano, de la Fundación Arca y quien se encarga de coordinar el refugio para las mascotas. Ella está organizando un registro fotográfico de todos los animales que encuentra en la calle, para después ir a los albergues y mostrarlas a los damnificados. El objetivo es reintegrarlos a sus familias.
La iniciativa privada de unos 15 voluntarios ha permitido este trabajo, pero no es suficiente. En menos de tres horas de estar ahí, unas cuatro mascotas escaparon porque las cuerdas que los sujetan no son lo suficientemente fuertes. Hace falta adecuar un albergue de verdad, con encerramiento y condiciones para que los animales no se estresen. Se espera que esta semana arriben desde Bogotá, la Universidad del Tolima y la Universidad de la Amazonia, varios veterinarios y estudiantes de Veterinaria, para apoyar las labores.
“La monita”, una perrita criolla se acaba de escapar del camión. Al abrir la puerta trasera, corrió y se resbaló de las manos de quienes intentaron detenerla. Mañana intentarán hallarla nuevamente, tal vez en su antigua casa, la que desapareció en el desastre. Muchos de los animales se resisten a abandonarlas, pueden pasar días en los escombros, esperando tal vez que regresen sus familias.
Tomado de El Espectador (ver nota original)