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Apostándole al turismo rural más allá del discurso

Es hora de tomar acciones concretas para desarrollar un concepto de Turismo Rural Comunitario de Alto Valor.
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Alejandro Rozo
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2 Jun 2024 - 8:46 COT por Alejandro Rozo

El turismo se ha convertido en la nueva pócima que una gran mayoría de gobernantes abrazan y promocionan en sus discursos. En cada intervención pública, funcionarios y líderes políticos no dejan de mencionar las bondades de esta industria como palanca de desarrollo económico. Según cifras del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, en 2022 llegaron 3.5 millones de viajeros extranjeros a Colombia, un aumento del 125% respecto a 2021, mientras para 2023 el incremento fue tan contundente que superamos los 5 millones de turistas. Sin embargo, tras los discursos grandilocuentes y las estadísticas de crecimiento que se exhiben con orgullo, se esconde una realidad mucho más compleja que requiere una verdadera hoja de ruta estratégica, sostenible e incluyente.

Según el Plan Sectorial de Turismo 2023-2026, el Gobierno se ha fijado la meta de alcanzar los 7 millones de visitantes internacionales y que el turismo represente el 4% del PIB nacional para 2026 impulsando nuevos productos como el agroturismo.

Viene al caso específico el turismo rural comunitario entendido como “la oferta de servicios turísticos, por parte de una comunidad organizada, que participa, se beneficia e involucra en los diferentes eslabones de la cadena productiva del turismo”, uno de los segmentos con mayor potencial para un país megadiverso como Colombia donde nos encontramos ante un panorama de grandes contrastes y desafíos. Por un lado, nuestro territorio cuenta con una riqueza étnica, natural y cultural invaluable plasmada en las tradiciones centenarias de comunidades campesinas e indígenas que habitan desde la Amazonía hasta las cumbres andinas. Sólo en la región Caribe habitan 12 pueblos indígenas mientras que en el Pacífico residen 7 etnias afrodescendientes, así como las comunidades indígenas que habitan en Tolima, Huila, Risaralda y Caldas. Por otro lado, persiste una visión miope y reduccionista de este tipo de turismo viéndolo como una simple "actividad de pobres para pobres” cuando en realidad constituye una oportunidad extraordinaria para ofrecer experiencias auténticas y de alto valor agregado.

En primer lugar, es fundamental revalorizar la cultura material e inmaterial de estas comunidades. Sus expresiones artísticas, artesanales, gastronómicas, sus cosmovisiones y sistemas de medicina ancestral deben ser vistas como tesoros únicos y auténticos que nos diferencian, no como simples mercancías folclóricas para el turismo masivo. La clave está en brindar a estas poblaciones capacitación continua en diseño de producto turístico, interpretación cultural, guianza, servicio al cliente y hospitalidad de excelencia, así como espacios de interacción con operadoras de turismo que complementen el desarrollo de la oferta pero sin desnaturalizar sus tradiciones. Actualmente sólo el 5% de las comunidades rurales cuentan con programas de formación turística.

En segundo lugar, se requiere con urgencia una verdadera inyección de inversiones públicas y privadas para desarrollar infraestructura y servicios turísticos de alta calidad en las zonas rurales donde habitan estas comunidades. Según el Registro Nacional de Turismo, apenas el 12% de los prestadores turísticos inscritos corresponden al área rural. Se requieren alojamientos ecoamigables con estándares de confort y servicios complementarios, vías de acceso en buen estado, disponibilidad de servicios públicos básicos como agua y energía así como formación de capital humano local bilingüe. Un turista dispuesto a pagar precios Premium por experiencias extraordinarias "Luxury" e inmersivas, no se puede incurrir en deficiencias logísticas e insatisfacción de las necesidades básicas durante el viaje.  

Además, la sostenibilidad ambiental debe ser un pilar transversal e innegociable en cualquier modelo de turismo comunitario rural que se implemente. Precisamente, estas comunidades ancestrales son las mejores guardianas de nuestros frágiles ecosistemas como bosques, páramos, humedales, fuentes hídricas que cubren cerca del 50% del territorio nacional, desiertos y otros ecosistemas estratégicos. Por ello, se deben implementar buenas prácticas de ecoturismo comunitario, producción orgánica y circuitos de economía circular aunados a verdaderos esquemas de pago y retribución por los servicios ambientales que prestan vinculados a la operación turística.

La promoción y comercialización de estos productos experienciales también representan un enorme desafío que no se puede soslayar. Según ProColombia, sólo el 3% del presupuesto de promoción turística se destina a este segmento del turismo comunitario y de naturaleza. Se necesita desarrollar una marca país sólida, asociada a experiencias turísticas premium, únicas y sostenibles, respaldadas por un posicionamiento inteligente a través de marketing digital para llegar de manera efectiva a los viajeros internacionales dispuestos a pagar sumas importantes por nuevas experiencias. Se deben establecer alianzas público-privadas con operadores turísticos y agencias de viajes enfocadas en nichos como los de turismo de aventura, cultural y experiencial tanto a nivel nacional como internacional, es indispensable para una distribución y venta óptima.

Por último, pero no menos importante, es urgente definir una política robusta para fortalecer la organización comunitaria con estas iniciativas rurales de turismo. Actualmente menos del 20% están debidamente formalizadas como empresas. El Gobierno debe brindar apoyo real para la formalización empresarial de los prestadores de servicios turísticos comunitarios facilitando su acceso a financiamiento, programas de emprendimiento y modelos de negocio rentables y escalables. Según el Ministerio de Comercio, en 2022 sólo se destinaron $15.000 millones de pesos para esta línea de fomento. Así mismo, se debe promover desde los distintos Ministerios y entidades descentralizadas, la asociatividad, la creación de clústeres y cadenas de valor incluyentes como factores clave para potenciar el impacto socioeconómico del turismo rural comunitario.

Las cifras y retos actuales hablan por sí mismos: es momento de pasar de las buenas intenciones a la acción decidida. El turismo rural comunitario no puede seguir siendo la cenicienta de nuestra apuesta turística nacional.

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