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El efecto Dayro Moreno que necesita la selección: goles, alegría y corazón

Mientras en Europa nos venden el molde Cristiano Ronaldo como el único camino al éxito disciplina espartana, 0% grasa corporal, entrevistas medidas al milímetro en Colombia tenemos al antídoto perfecto, Dayro Moreno.
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Alejandro Rozo
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20 Abr 2025 - 8:36 COT por Alejandro Rozo

En un país donde el fútbol se vive con el alma, donde el balón es una extensión del corazón y donde las emociones no se negocian, aparece una figura que incomoda a los papistas que conforman esos secretos conciliábulos que tanto daño le han hecho al futbol colombiano.  Pero esta figura también encanta, se trata de un hombre nacido en un corregimiento del Espinal Tolima llamado Chicoral, el cual a sus 16 años el Once Caldas se lo llevo a tierras manizalitas para que triunfara, se trata del gran Dayro Mauricio Moreno Galindo, el máximo goleador del fútbol colombiano no es solo un delantero letal, es un fenómeno que reta los manuales, un espíritu libre que, en cada gol, le recuerda al país que la alegría también puede ser táctica.

Dayro es, sin lugar a duda, el último gran irreverente de nuestro balompié. El tipo que no necesita camuflar su esencia tras discursos de santidad ni actitud “morronga”, el tipo es lo que es. No se esconde detrás del “profesionalismo” frío y acartonado que hoy parece exigirse como regla en los vestuarios. Dayro es fútbol puro, callejero, alegre, sin filtros. Mete goles y los celebra como quiere, con rumba, ron y una sonrisa que parece decir “yo soy así, ¿y qué?”.

Mientras en Europa nos venden el molde Cristiano Ronaldo como el único camino al éxito disciplina espartana, 0% grasa corporal, entrevistas medidas al milímetro en Colombia tenemos al antídoto perfecto, Dayro Moreno. El hombre que, a sus 39 años, sigue haciendo historia con Once Caldas, rompiendo récords, superando a ídolos como Aristizábal y Falcao, convirtiéndose en el máximo artillero criollo de todos los tiempos con 355 dianas, esto sin tener en cuenta los goles que le falta por meter, en algunas entrevistas dice que quiere retirarse con 400 goles.

¿Será que nuestro combinado patrio, que arrastra una preocupante anemia ofensiva y una frialdad e inteligencia emocional alarmantes, no necesita precisamente a alguien como él? Un tipo que juegue con el alma, que inyecte pasión, que meta miedo a punta de goles y no de currículum de disciplina al estilo europeo, o en su defecto que se preocupe mas por su peinado, redes sociales y como se va a ver en las fotos.

Hoy la Selección parece un laboratorio de ensayo permanente. Jugadores que lo dan todo en sus clubes, pero se diluyen al vestir la amarilla. Les pesa la camiseta, les falta alma, les falta alegría, les falta el efecto Dayro Moreno.

El fútbol colombiano no puede seguir avergonzándose de su identidad. Somos tierra de gambetas, de picardía, de emociones desbordadas, de jugadores que rompen esquemas. Y ahí, justo ahí, es donde Dayro representa el arquetipo del jugador que nos pertenece, el que juega con rabia, con deseo, con hambre. El que no es profeta en su propia tierra, pero nunca dejó de ser pijao, orgullosamente de Chicoral, Tolima, un guerrero con estilo y alma.

Sí, le gusta la rumba. Sí, ha tenido sus líos. Pero nadie puede discutir su vigencia, los números no mienten, los goles tampoco. Y mientras algunos se dedican a cuidar su imagen, Dayro se dedica a romper redes. Mientras otros se mueren por dar entrevistas perfectas, él prefiere que hablen sus celebraciones, sus noches intensas y sus goles al amanecer.

Quizá ha llegado el momento de preguntarnos si la Selección necesita menos calculadora y más calle y picardía, esa misma que le sobraba al Tino Asprilla. Menos poses estudiadas y más espontaneidad. Tal vez lo que falta no sea un nuevo esquema táctico, sino un nuevo espíritu. Uno que ría, que cante, que celebre. Uno como Dayro Moreno.

Y si eso implica que llegue con gafas oscuras y olor a fiesta, pues bienvenido sea. Porque si algo ha demostrado Dayro Moreno es que el gol no tiene moral, pero sí tiene dueño. No hay un gran genio sin mezcla de locura.