Ismael Perdomo Navarro: El hombre que vivió para servir

El 12 de abril de 2025, a las 2:00 de la mañana, se apagó la vida de un hombre excepcional, pero no su luz. Mi padre, Ismael Perdomo Navarro, dejó este mundo a los 77 años, tras una existencia que no puede ser descrita en una sola palabra, pero sí puede resumirse en una: excelencia. Fue un excelente hijo, excelente esposo, excelente padre, excelente trabajador, excelente político y, ante todo, un hombre que vivió para servir a Dios y a los demás.
Ismael Perdomo Navarro nació el 27 de agosto de 1947, en la vereda Rincón de Velú, en el municipio de Natagaima, sur del Tolima, tierra que amó hasta su último aliento. Hijo de don Faustino Perdomo Castro y doña Elia María Navarro, creció en una época marcada por la pobreza, la violencia política y las adversidades propias del campo colombiano. Sin embargo, ninguna circunstancia fue obstáculo suficiente para frenar su espíritu indomable. De niño caminaba descalzo para llevar los productos del campo al mercado, y en las noches, estudiaba a la luz de una lámpara de petróleo. Desde allí, forjó su carácter, su tenacidad, y su profundo respeto por el trabajo y la familia.
Su vida estuvo marcada por una combinación rara pero poderosa: la sencillez del campesino y la grandeza del líder. A lo largo de más de cuatro décadas, Ismael Perdomo representó con dignidad y compromiso los intereses de su pueblo, primero como concejal ininterrumpido del municipio de Natagaima entre 1975 y 2015, y luego como diputado a la Asamblea del Tolima en varios periodos. Fue presidente del Directorio Conservador del municipio, presidente del Comité de Algodoneros de Natagaima, líder comunal, docente, y motor incansable del desarrollo rural. Su nombre está íntimamente ligado a la historia política y social del sur del Tolima.
Pero más allá de los cargos y títulos, lo que distinguió a mi padre fue su vocación de servicio. No hizo política para enriquecerse ni para figurar. Su política era una prolongación natural de su fe cristiana y de su convicción moral de que la vida solo tiene sentido cuando se entrega a los demás. Don Ismael, como le decían todos en el pueblo, trabajó sin descanso por llevar agua, luz, salud, educación y caminos a las veredas más olvidadas. Velú, su amada Velú, le debe gran parte de su infraestructura básica, incluyendo su acueducto, su escuela, su puesto de salud, su iglesia, y la pavimentación de sus caminos.
Católico ferviente, esposo devoto y padre ejemplar, construyó su hogar con los cimientos del amor, la disciplina, y la fe. Se casó el 25 de diciembre de 1974 con la señora Delma Puentes Sánchez, su compañera incondicional por 50 años, y juntos criaron a sus tres hijos: Dairon, administrador de empresas; Faustino, médico con maestría en administración hospitalaria; y quien escribe estas líneas, médico pediatra. Mi padre celebró su aniversario número 50 agradeciendo a Dios por haber cumplido su deber cristiano y moral de formar una familia sólida, digna y servicial. “He puesto en consideración de la sociedad de Colombia a estos excelentes profesionales —nos dijo ese día— y no me resta sino darle las gracias a Dios”.
Hablar de Ismael Perdomo es hablar del Partido Conservador del Tolima. Fue un militante leal, pero nunca sectario. Amigo del diálogo, enemigo del odio, cultivó relaciones humanas que trascendían las fronteras ideológicas. En una región marcada por la polarización política, supo tender puentes, ser mediador y buscar consensos. Su conservatismo no era de palabras sino de obras: defendió la tradición, la familia, la propiedad privada, pero también impulsó la justicia social, el desarrollo agrícola, y el acceso a los servicios públicos para los más pobres. Fue un verdadero patriota rural.
Durante la época más oscura del conflicto armado en Colombia, Ismael Perdomo fue víctima de amenazas, atentados, desplazamientos y pérdidas materiales irreparables. Su finca fue incendiada, su tractor destruido, y su vida estuvo en varias ocasiones al borde de la muerte. Sin embargo, nunca dejó de creer en la reconciliación ni en el poder de la palabra. Se enfrentó al miedo con fe y al odio con perdón. Fue declarado objetivo militar por la guerrilla, y aún así, nunca dejó de asistir a las sesiones del Concejo ni de caminar por sus veredas. Su resistencia fue silenciosa, pero firme, y su dignidad jamás fue quebrantada.
Tuvo encuentros con presidentes, gobernadores y comandantes guerrilleros. Desde Andrés Pastrana, a quien gestionó recursos para el distrito de riego Golondrinas, hasta Carlos Pizarro, con quien compartió una conversación profunda y profética antes de su asesinato. Incluso fue salvado en una ocasión por Adán Izquierdo, comandante del frente XXV de las FARC, quien ordenó suspender su ejecución tras una llamada telefónica. Mi padre fue testigo directo de la historia reciente de Colombia, y su voz merece ser escuchada.
Don Ismael no dejó grandes riquezas materiales, pero sí un legado moral invaluable. Enseñó con el ejemplo que se puede hacer política con ética, que se puede trabajar la tierra con dignidad, que se puede formar una familia con principios, y que se puede vivir con fe incluso en medio del dolor. Su vida fue un servicio, y su muerte, una semilla.
Hoy, el Partido Conservador del Tolima pierde a uno de sus últimos patriarcas, a un sabio campesino que leía el alma del pueblo mejor que cualquier estadista. La sociedad pierde a un hombre justo, coherente, que supo vivir sin dobleces. Y la humanidad, a un ejemplo de lo que debería ser un verdadero servidor público. Pero quienes lo conocimos, quienes lo amamos, y quienes llevamos su sangre, no lo perdemos: lo heredamos.
En cada gota de agua que hoy corre por las tuberías de Velú, en cada estudiante que asiste a las escuelas que ayudó a fundar, en cada calle que alguna vez recorrió en su viejo caballo Pisaflor, en cada palabra que escribió en sus discursos, y en cada oración que elevó en su corazón, don Ismael Perdomo Navarro sigue vivo.
El hombre se ha ido, pero su o
ra permanece. Su ejemplo, nos reta. Su memoria, nos honra. Y su legado, nos compromete.
Gracias, papá, por haber sido todo lo que fuiste. Por habernos enseñado a vivir con honra, a amar la tierra, a defender nuestras convicciones, y a confiar en Dios. Te llevaste nuestro abrazo, pero nos dejaste tu voz. Hoy el cielo gana un servidor, y la historia, un héroe.
Paz en tu tumba, Ismael Perdomo Navarro.
Tu vida fue tu mejor discurso. Tu familia, tu mejor obra. Tu ejemplo, nuestro norte.
Por: Ismael Osiris Perdomo Puentes