¿Y ahora qué hacemos con el campo?
Para todos aquellos que tenemos un vínculo especial con el sector agroindustrial de nuestro hermoso departamento del Tolima, ya sea como productores o como inversores, entendemos los enormes retos y desafíos que implica esta actividad. Producir y arriesgar grandes cantidades de dinero con la esperanza de una buena cosecha es, en esencia, un acto de fe y dedicación, todo ello con la ilusión de construir un mejor futuro para nuestras familias.
Sin embargo, esta titánica labor, que exige sacrificios, implica riesgos y demanda una entrega total, no es exclusiva de unos pocos. Si analizamos las cifras del Producto Interno Bruto (PIB) del Tolima, encontramos un dato revelador: de los 25,2 billones de pesos que genera el departamento, el sector agroindustrial aporta el 18,9%. Esto equivale a 4,76 billones de pesos anuales, un monto significativo que subraya la importancia del sector rural, responsable de casi una quinta parte de la economía departamental.
Hace unos días, conversaba con un grupo de amigos en Fresno, entusiastas del sector agropecuario, quienes plantearon ideas sobre la industrialización del campo, la incorporación de nuevas tecnologías y la necesidad de que los gobiernos ofrezcan líneas de crédito más asequibles. Mientras los escuchaba, me surgió una pregunta inevitable: ¿Acaso no es esto lo que se ha intentado implementar durante años? Si analizamos el panorama, es cierto: existen créditos a bajas tasas de interés, incluso algunos condonables, diseñados para que los productores adquieran maquinaria. Además, cada vez es más común escuchar sobre prácticas de agricultura de precisión, drones para fumigación y medición, y un sinfín de herramientas tecnológicas que están al alcance del sector rural para modernizar el campo tolimense.
Entonces, ¿por qué seguimos atrapados en ese ciclo de inversión y dependencia de factores externos, como los precios internacionales del café, para alcanzar rentabilidad? A pesar de las oportunidades que brindan los créditos y programas de mejora productiva, la efectividad sigue siendo limitada. Es aquí donde cobra relevancia una máxima ampliamente conocida en el mundo empresarial: “El capital más importante de cualquier empresa son las personas”.
Desde la perspectiva de quienes deseamos invertir en nuestra tierra, el verdadero cambio debe comenzar con la educación. Es imperativo erradicar frases negativas que se repiten constantemente en el círculo de empresarios rurales, como: “Ya no hay con quién trabajar”, “El campo es solo pobreza” o “Pesa más una pala que un lapicero”. Estas expresiones, aunque parezcan inofensivas, desmotivan a la juventud agraria y fomentan su desinterés, llevándolos a buscar oportunidades en otros ámbitos lejos del campo colombiano.
Debemos inspirar a los jóvenes a formarse en temas agrarios, en producción sostenible, en agronegocios y en las oportunidades del mercado global. La educación debe ser la base para corregir los errores que han afectado al sector durante generaciones. Sin una juventud empoderada y capacitada, las inversiones más ambiciosas carecen de sentido. Comprar un tractor es inútil si no hay alguien preparado para operarlo.
Enamorar a las futuras generaciones del potencial del campo no es solo una tarea, sino una responsabilidad. Solo así aseguraremos que el sector agroindustrial del Tolima continúe siendo un motor de desarrollo, innovación y esperanza para el futuro.
Omar Julián Valdés Navarro
- Administrador de empresas
- Profesional en ciencias militares
- Especialista en gestión del talento humano
- Especialista en derecho administrativo
- Magister en administración de empresas