Testimonio: cómo afiné el olfato para atrapar taxistas mañosos
Desde antes que existiera otro medio de trasporte alternativo al taxi, me convertí en una experta en el arte de detectar taxímetro con muñeco (como se les conoce en el bajo mundo a los taxímetros que han sido manipulados para que las unidades corran más rápido). Con el tiempo empecé a desarrollar un olfato para capturar a los taxistas que me estaban haciendo la vuelta.
Por ejemplo, empecé a descubrir diferentes técnicas milenarias. La caja de Kleneex para tapar el aparato es una de las más usadas, de la misma línea editorial del taxista que pone el taxímetro al lado izquierdo donde hay que desnucarse para verlo. También empecé a sospechar de los charladores, que se aprovechaban de mi nobleza, y en medio de la fluida conversación también habían fluido las unidades del taxímetro. Y claro, el frentero, el que pone a correr ese taxímetro y usa los múltiples espejos para divisar cualquier mirada del usuario de turno.
Fueron decenas los taxistas que me partieron el corazón. Empecé a obsesionarme con el asunto de cogerlos con las manos en la masa. Para que creyeran que no estaba mirando, me hacía la que suspiraba mirando al horizonte a través del ventanal, cuando lo que estaba haciendo era mirar por el reflejo del vidrio los dígitos rojos, a veces me hacía la que tenía una sólida conversación telefónica cuando mi atención estaba en los numeritos.
En el transcurso del viaje pensaba ¿Qué le voy a hacer? ¿Qué le voy a decir? ¿Le pago? Jamás los enfrenté durante el viaje. Esperé a llegar a mi destino, abrir una puerta, un pie en el piso y empezaba a darles un discurso, muchas veces hasta corrieron lágrimas no lo voy a negar. Les preguntaba que por qué me tenían que robar, los cuestionaba y de los 10 taxistas a los que enfrenté puedo decir que 9 mantuvieron la calma. Casi todos me respondían “Entonces págueme lo que crea”, ahí me daba cuenta que en efecto estaban aceptando su pilatuna. Yo les decía que no era por plata, que “era el detalle”. Igual, el día ya se me había amargado.
Aunque en la mayoría de los casos donde mi red cayó salí ganando pues me negué siempre a pagarles y ellos accedieron porque sabían que yo estaba en lo cierto, me sentía cansada, con mis luquitas de más pero mamada. Decidí desertar de mi misión por dos razones; la primera era porque la mayoría de esos sucesos pasaron con taxis pedidos por aplicación donde ellos podían acceder fácilmente a mi información y dos porque básicamente estaba pagando para perseguirlos.
Por eso cuando el tan nombrado Uber llegó me pareció lo último en guarachas, pero el presupuesto no daba y cuando apareció la opción de Uber X (la opción económica donde usted es recogido por un carro particular) la cosa cambió radicalmente.
Y aunque el tema del taxista no es generalizado, yo por lo menos si debo decir que les di varias oportunidades. En la discusión de lo que es y no es ilegal me parece que durante estos años de usaría de los amarillos han cometido todas las ilegalidades habidas y por haber por eso por ahora deje de preparar discursos para pedirles que no me roben, a preparar uno por si una jauría de taxistas golpe el carro mientras voy en un uber.
Fuente: Revista Shock (leer nota original)