El principio universal del voto en la historia
Ese concepto da frutos cuando el voto es universal, es decir, cuando todos los ciudadanos habilitados para ejercer el derecho al voto lo hacen en forma unánime para garantizar que no vuelva a suceder lo que por discriminación en 1810 se prohibía a los analfabetas, los esclavos, las mujeres y los pobres, y lo que en nuestro tiempo, por apatía, desidia o desinterés, se abstiene.
En el mundo, “In principio”, todo era oscuridad. En los siglos que nos preceden, los trabajadores, las mujeres y los negros estaban vetados para votar. En Gran Bretaña la burguesía controló el poder estatal como un privilegio sin permitir que el resto de los asociados llegaran a él. En el Estado liberal, la renta, la propiedad y la riqueza daba derecho al voto. La discriminación se deslizó desde la cumbre de la cultura y la educación, al punto que a la mujer se le concibió como una persona con menor capacidad intelectiva, lo que decayó en la supremacía del hombre sobre ella y la consecuente sumisión de ésta a sus designios.
En 1918 se le permitió votar en Gran Bretaña a las mujeres mayores de 30 años; en 1919 podían votar en Bélgica únicamente las viudas y las madres víctimas de la guerra; en 1931 sólo las mujeres con estudios universitarios podían votar en Portugal.
Suecia fue el primer país que asintió en 1866 que las mujeres votaran en unas elecciones municipales en forma igualitaria. En los Estados norteamericanos la universalización se llevó a cabo en 1869 y 1870, en Wyoming y Utah; España lo hizo en 1931; Argentina en 1928 solamente en el ámbito local; y en Colombia, se le dio ese derecho a la mujer en 1954 siendo expedida la primera cédula de ciudadanía a Carola Correa, esposa del General Gustavo Rojas Pinilla, pudiendo votar efectivamente por primera vez en el plebiscito de 1957.[1]
En el presente, en Colombia las mujeres están legitimadas para elegir y ser elegidas universalmente, no obstante, el conflicto armado interno afiló sus armas de manera salvaje e incomprensible contra ellas, quienes temerosas se abstienen de ejercer el sufragio, o en el extremo de los casos, son obligadas a votar por los grupos guerrilleros o paramilitares para satisfacer sus preferencias electorales.
A los hombres se les concedió el derecho al voto desde los 18 años en 1975, pues antes de esa fecha votaban quienes ostentaban la edad de 21.
Ahora, hombres y mujeres tienen el deber de ejercer el voto, aprobar lo que se está haciendo bien, abolir las políticas que hacen daño, elegir a los líderes con intereses colectivos por encima de los personales y expulsar del escenario público a quienes no respetaron la cosa pública.
Este repaso histórico hace mirar la paz como un camino para conjurar la utopía del voto universal, pero para su logro se requiere de buenos ciudadanos, pues como lo dijo Rousseau, “de la cualidad de ciudadano se deduce su derecho de voto”.
Votemos para premiar al buen ciudadano, al que elige y al que vamos a elegir.
Tomado de El Espectador