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La enseñanza de los Olímpicos

No solo los periodistas deportivos tienen derecho a comentar los Juegos Olímpicos, también se puede hacer desde la economía, la ingeniería, la arquitectura, la medicina, etc. y hasta la política, que, como decía Aristóteles, es el arte que gobierna a las demás y por lo tanto superior.
22 Ago 2016 - 10:21 COT por Ecos del Combeima

Hace unos años asistí a un encuentro deportivo en un reconocido colegio y me encontré con la sorpresa que ya no es como antes, cuando cada curso seleccionaba a los mejores para competir, sino que ahora del equipo participan todos los que quieren. Al preguntar por qué hacen eso, por qué dañan el espectáculo de esta forma, me dijeron que ese colegio tenía como propósito dar ejemplo en asuntos de igualdad y que por eso no discriminaban a nadie por ninguna razón, pues según el artículo 13 de la Constitución todas las personas somos iguales y el Estado está en la obligación de promover que la igualdad sea real y efectiva, no simplemente aparente o formal.

El argumento por supuesto es difícil de rebatir; es más, a mí hasta me conviene porque con esa filosofía jamás discriminarían a mis hijos en ninguna actividad deportiva; yo mismo, no hubiera sido tan cruelmente marginado de los equipos de mi colegio por no tener las condiciones que sí poseían otros compañeros. Pero la verdad es que un espectáculo montado sobre la base de que todos los hombres somos iguales, no vale la pena, lo hermoso del acto lo hacen los desiguales, aquellas personas que por su talento o disciplina son superiores, y ellos lo son gracias a que le permitieron serlo, a que la filosofía que, implícita o explícitamente, rigió en su colegio y por supuesto en su casa, no era la de la igualdad que muchos quieren imponer, sino de la de la desigualdad que por razones naturales o de formación personal llevan a los campeones a serlo.

Los Juegos Olímpicos son un hermoso espectáculo, pero a ellos nunca hubiéramos llegado si no creyéramos en la desigualdad y los estados, hasta los comunistas, no la hubieran fomentado; y esa desigualdad evidentemente no es cuestión de razas como muchos han creído -con Hitler a la cabeza- ni de sexos, ni de países; hay campeones blancos, negros y amarillos; hay campeones y campeonas; hay campeones de Estados Unidos, de Colombia y Kenia o Uganda. Es más, Kenia, por ejemplo, obtuvo más medallas que

Canadá, Suecia o Argentina, mientras que Arabia Saudita y Chile no tuvieron ninguna.

Harold Macmillan decía que los seres humanos son diversos por capacidades, caracteres, talento y ambiciones, y que negarles el derecho a ser distintos, imponiéndoles una uniformidad económica o social, es un triple error: es un error moral, porque negar al valiente, al fuerte, al prudente y al inteligente sus recompensas, supone entronizar la envidia, los celos y el resentimiento; es un error práctico porque únicamente cediendo los primeros puestos al mejor, encontraremos los medios para ofrecer protección y satisfacción a los débiles y es un error político, porque la igualdad de los desiguales no se lograría sino con una alta dosis de despotismo.

Creo que nadie puede negar que el atleta jamaiquino Usain Bolt, o la niña maravilla de la gimnasia Simone Biles o el nadador Michael Phelps; o las nuestras Catherine Ibargüen y Marina Pajón, son seres superiores y que esa superioridad a nadie le hace daño sino bien; como tampoco hacen daño seres superiores que los hay en otras disciplinas como la ciencia, el arte, el trabajo o la política. Somos por supuesto muchos los que no hacemos parte de esos seres superiores, ya sea porque no tenemos el talento o la disciplina de quienes sí lo son o por otras razones; pero eso no nos puede llevar a negar las ventajas de las desigualdades e imponer una igualdad ramplona que lo único que produce es una sociedad de mediocres, que se priva de las cosas bellas, aunque, eso sí, con buenos argumentos en favor de la igualdad. Los inferiores lo que debemos hacer es admirar a los superiores; y aquellos que tengan edad, a trabajar duro por que como dice Kant buena parte de nuestra incapacidad no es por falta de inteligencia, sino de valor; o como dijo Catherine Ibargüen “nada que valga la pena es fácil de conseguir”.

Muchas gracias.