¿Y la casa donde murió Jorge Isaacs, qué?
Sobre la vía que de Ibagué conduce hacia Juntas, en el Cañón del Combeima, se encuentra una vetusta vivienda abandonada, cubierta por una extensa polisombra y sumergida en un mar de olvido. Su evidente deterioro no representa más que el paso de los años en medio de la intemperie, la indiferencia de un sin número de gobiernos que han pasado sin pena ni gloria por la ‘musical’ de Colombia y un absurdo litigio público-privado que parece no tener fin.
Aunque permanezca desapercibida por los cientos de visitantes que a diario pasan por ese turístico lugar, ‘la casona del olvido’ conserva su propia memoria, esa que se niega a desaparecer como poco a poco se ha ido consumiendo su estructura física, y aunque probablemente ni siquiera haga parte del imaginario de los ibaguereños, la casona representa un patrimonio cultural de increíbles proporciones, pues en ella vivió y murió un hombre que marcó la historia de la literatura de este país con una obra que trascendió las fronteras hispanoamericanas.
Si bien su fachada puede llegar a ser confundida con una pieza más del rompecabezas arquitectónico del común denominador de los predios del Cañón del Combeima, su riqueza histórica la hace lejos diferente a las demás, pues sólo ella contiene los recuerdos de los miserables últimos años de vida de Jorge Isaacs, un hombre que lo tuvo todo y no tuvo nada, pero que más allá de sus desaciertos en los negocios y la crisis económica que debió afrontar durante la última etapa de su existencia, hoy sigue siendo un referente de las letras de este país, que no sólo ha brillado por las armas, la violencia, el secuestro y el narcotráfico, sino también por ilustres que encontraron en la tinta y el papel la mejor de manera de contarle al mundo lo que significa Colombia, así lo hizo Jorge Isaacs.
‘La casona del olvido’ no sólo respira desolación, no sólo se alimenta de soledad y tampoco convive únicamente con la indiferencia, ella mantiene vivas las esperanzas de salvación, pero no la que prometen los textos bíblicos sino una tangible y verdadera, esa que está en las manos de personas terrenales que pueden darle un giro a su historia para convertirla en uno de los sitios más emblemáticos e importantes del territorio nacional.
Ibagué
Aunque Jorge Isaacs nació en ‘cuna de oro’, pues su familia era una de las más prestantes y poderosas del Valle del Cauca, tuvo que buscar nuevos horizontes debido a que su padre –que era un fanático de los juegos de azar y un enamorado de las bebidas alcohólicas- con el pasar de los años fue perdiendo cada una de sus propiedades hasta quedarse con las manos vacías. Ante la preocupante situación financiera Isaacs se desplazó hacia la ciudad de Ibagué en medio de precarias condiciones con el objetivo de encontrar un nuevo punto de partida ya que esta capital representaba un centro de oportunidades a raíz de sus múltiples facetas, pues aparte de ejercer la literatura tenía una profunda vocación científica, investigadora y minera, tanto que así que fue quien descubrió los yacimientos de carbón del Cerrejón en La Guajira, y ubicó los primeros pozos de petróleo del país.
Juan de Dios Restrepo, uno de sus más cercanos amigos, fue quien le tendió la mano ante su mísero estado económico y le abrió las puertas de la casona para que tuviera refugio junto a su familia. Con la necesidad de conseguir el mínimo sustento diario Isaacs montó una tienda de víveres en donde hoy trabaja la droguería Jorge Vila en el centro de esta ciudad; no obstante, las múltiples enfermedades que lo acompañaron desde su llegada a Ibagué terminaron llevándolo a una tempranero fallecimiento un 17 de abril de 1895.
La casona
Después de la muerte de Jorge Isaacs y con el pasar de los años la casona se convirtió en propiedad de Cirilo Moreno, pero es su hija Lucero Moreno quien se pone al frente de esa propiedad una vez se da el fallecimiento de su padre y quien hoy por hoy continúa siendo la cara visible y legal de ese inmueble.
Lucero Moreno
Aunque nunca tuvo ningún tipo de vínculo con Jorge Isaacs y su familia, Lucero Moreno se enamoró de la casona y se propuso convertirla en uno de los centros culturales más importantes del continente, aprovechando entre otras cosas la riqueza histórica y cultural que la acompañaban, sin embargo, la falta de recursos para la manutención de su estructura se convirtieron en el detonante de un deterioro que comenzó a avanzar a pasos agigantados y que hoy continúa vigente. “Desde hace más de 15 años venimos luchando junto a una fundación que conformamos diferentes artistas plásticos en una labor de sensibilización, pero lo único que hemos encontrado siempre en todas las puertas que tocamos es un NO como respuesta, nosotros hemos invertido nuestros propios recursos en la casona, sin embargo se han quedado cortos a la hora de mantenerla. El deterioro no se debe sólo a la falta de inyección económica de parte de nosotros como propietarios sino también a la indiferencia de algunos políticos que no han querido invertir, nuestro objetivo es algún día conformar el Museo Jorge Isaacs, aunque la falta de dineros ha impedido el desarrollo de esta iniciativa”, asegura Lucero.
Hecha la ley, hecha la trampa
Lucero Moreno, consciente de que los entes gubernamentales no pueden invertir dineros públicos en bienes privados, está segura de que por medio de la fundación –que recordamos conforma ella como propietaria y otros artistas plásticos del país- se podría generar el beneficio económico, pero entonces, ¿la fundación nació estrictamente como un grupo empeñado en sacar adelante una idea cultural que busca restaurar la casona (propiedad privada) en donde murió Jorge Isaacs, o como una alternativa legal pero ‘mañosa’ que permita hacerle conejo a la ley a la hora de recibir dineros públicos de parte de los gobiernos locales?
Una eventual restauración
Según Lucero Moreno, por tratarse de una construcción antigua, la restauración tendría un valor cercano a los 2 mil millones de pesos, dinero que –según ella- hoy resulta impensable y que sólo podría gestionarse desde la plataforma política, la empresa privada o algún organismo internacional.
Ni raja ni presta el hacha
Para Lucero Moreno, su familia y la fundación no existe ninguna posibilidad de venta del predio, pues ella asegura que el valor sentimental y la riqueza histórica y cultural que conserva la casona son invaluables, por lo que no existe ninguna posibilidad de venta. Moreno afirma de manera enfática que ninguna propuesta de compra va a ser atendida, y que a pesar de que la casona literalmente se esté cayendo a pedazos y no cuenten con los dineros para su restauración, esa propiedad seguirá siendo de ellos pase lo que pase. Así las cosas, una eventual alternativa de compra por parte de un privado o del sector público continúa siendo un ‘tiro al aire’.
Porque si de pensar en la casona se trata, alguna de las vías sería la de la compra por parte de algún organismo del Estado, un grupo privado o un particular que sí contara con los recursos necesarios para sacarla del abandono, pues mientras que siga en las manos de la familia Moreno, la Alcaldía y/o la Gobernación poco o nada podrán hacer a la hora de invertir recursos.
“El eventual beneficio del centro cultural en la casona no va a ser para una persona sino para todo el país”, recalca Lucero. La fundación ¿Un canal de recursos? “La entonces Ministra de Cultura María Consuelo Araújo estaba muy motivada con la casona y empezó una campaña a nivel internacional, lastimosamente en esa oportunidad no se pudo acceder a unos recursos que estaban prácticamente listos debido a que la fundación llevaba muy poco tiempo de constituida”: Lucero Moreno.
¿Qué dice la familia de Jorge Isaacs?
María Isaacs, nieta de Jorge Isaacs, por cosas del destino terminó estableciendo una gran amistad con Lucero Moreno, lo que de alguna manera le da cierta parcialidad a la hora de juzgar su accionar, bueno o malo, con respecto al manejo que se le ha dado a la casona. “La vivienda está muy deteriorada y para los propietarios no resulta fácil restaurarla, ellos han hecho algunas cosas pero el arreglo profundo les queda casi imposible. Lucero tiene una gran idea pero ese es un proyecto difícil de lograr, para mí es muy importante que esa idea se lleve a cabo porque esa sería una buena manera de rendirle tributo a Jorge Isaacs”, dice María Isaacs. La nieta del escritor aseguró que alguna vez hubo interés de la Gobernación del Valle del Cacua para unir fuerzas con el gobierno departamental del Tolima para buscar una solución en torno a la casona, pero que –según ella- todo se quedó en una simple idea que no pasó del papel.
¿Y la justicia qué dice?
En el año 2008 el Tribunal Administrativo del Tolima le ordenó a la Administración llevar a cabo una restauración de la casona, sin embargo, a los pocos días el procurador ambiental del departamento profirió un nuevo fallo en el que se establece no hacer ninguna intervención hasta que no se mida el nivel de riesgo por una eventual avalancha del río Combeima, cosa que para el historiador tolimense Álvaro Cuartas resulta absurda cuando el afluente hídrico en mención pasa a 250 metros de la zona, lo que hace impensable que se pueda generar una emergencia que afecte la casa.
Según Cuartas, el inmueble a pesar de ser privado y contar con una restricción de inversión pública goza de una declaratoria de interés cultural del orden municipal y departamental, mas no del orden nacional, sin embargo, el mayor obstáculo estaría en un equivocado reconocimiento por parte del Ministerio de Cultura.
La mayor ‘piedra en el zapato’
“El Ministerio de Cultura no reconoce a la casona como el lugar donde murió Jorge Isaacs debido a que en los años 60’s a un político de Ibagué se le ocurrió colocar una placa en el edificio de la Curia Arzobispal asegurando que ahí había fallecido el escritor, y eso es lo más absurdo que uno pueda imaginarse.
Jorge Isaacs fue iconoclasta, el nunca sintió afecto por los curas ni ellos sintieron afecto por él, Isaacs fue un hombre de un pensamiento muy libre y eso para la época era mal visto, en ese orden de ideas, ¿cómo se puede llegar a pensar que los religiosos de Ibagué le iban a facilitar un refugio’”: Álvaro Cuartas
Pero entonces, ¿qué ocurrió?
Según el historiador, Jorge Isaacs sí falleció en la casona, pero por tratarse de una gran personalidad y debido a que contaba con muchas amistades en Ibagué se decidió llevar a cabo su velación en la Curia Arzobispal, además porque para ese época el acceso al Cañón del Combeima era dificultoso en materia de tiempo y por el estado de la vía.
“A Isaacs después de su muerte no lo iban a dejar tirado como un perro en la casona, su cuerpo sin vida fue transportado y velado en la Curia, porque además ese lugar era muy cercano al primer cementerio que tuvo Ibagué, pero eso no significa que haya muerto allá”, asegura Cuartas. Así las cosas, el entonces Concejal, que seguramente fue testigo de la velación, decidió poner la placa en ese lugar y curiosamente el Ministerio de Cultura decidió darle mayor validez a esa absurda historia que al sin número de pruebas y testimonios que dan fe de la muerte de Isaacs en la casona”, agrega el historiador.
Conflicto de intereses
“Yo no quiero que mis palabras hieran a la propietaria pero noto cierta terquedad de parte de ella, yo sé que tiene sus razones, las cuales respeto, pero a mí me parece que el interés público tiene que primar sobre el interés particular. Estamos en un laberinto entre lo público y lo privado”, dice Cuartas.
El contraste
Álvaro asegura que en el Valle del Cauca le han sacado un provecho incalculable a la Hacienda el Paraíso, y eso que en ese lugar Jorge Isaacs sólo vivió una corta parte de su vida, en cambio en el Cañón estuvo cerca de 20 de años. ¿Acaso ha existido negligencia de parte de los mandatarios locales a la hora de generar proyectos de ley?
“Yo tengo mis dudas sobre la probabilidad de que la señora Lucero Moreno consiga los 2 mil millones que necesita para la restauración y se apunte un éxito rotundo. Lamentablemente para los ibaguereños y los amantes de la literatura y la vida de Jorge Isaacs una mañana cualquiera la casona se desploma y sólo quedarán escombros”: Álvaro Cuartas.
Basado en el documental: La casona del olvido
Agradecimientos:
María Isaacs
Lucero Moreno
Álvaro Cuartas