Petro y la Plaza de Bolívar: Crónica de una amenaza muy democrática

El presidente Petro no solo convocó a sus contratistas, indígenas y simpatizantes; los arengó con ímpetu bolivariano y un guion que oscilaba entre la epopeya independentista y el ultimátum constitucional, ya que, si el Congreso no aprueba una consulta, el pueblo “se levanta y los revoca”.
La puesta en escena fue cuidadosamente planeada: la espada de Bolívar en alto, camisa roja – muy al estilo Chávez – y una multitud dispuesta a palmotear cada frase como si estuviéramos en una mezcla entre discurso sindical, ópera revolucionaria y mitin populista. Petro no pidió poder; lo reclamó como una continuidad histórica. Si Bolívar desenvainó su espada, ¿por qué no él su consulta?
Y ahí es donde la cosa se pone interesante; la consulta popular, presentada con bombos y platillos ante el Senado, viene con 12 preguntas tan básicas como poéticas: que si el trabajo digno, que si la seguridad social, que si los domingos son sagrados (sobre todo si pagan recargo). Todo muy legítimo. Lo que genera molestia no es el contenido, sino la forma: si no es por el Congreso, será por la calle; si no es por el trámite legislativo, será por la voluntad directa del pueblo – ese concepto ligero de que el fin justifica los medios, propio de un estado de hecho –.
Mientras tanto, el Congreso se convierte en el villano de turno. “Los bloqueadores”, “los saboteadores de la reforma”, “la oligarquía disfrazada de democracia”. Y no importa que sea el mismo Congreso que hace parte de nuestro sistema democrático. Petro lo señala con la espada de Bolívar, como si de un duelista constitucional se tratara. ¿Qué sigue? ¿Una moción de censura por falta de espíritu revolucionario?
Pero que no se diga que el presidente quiere perpetuarse. “No me quiero reelegir”, aclaró en medio del fervor, como quien renuncia al trono que aún no ha conquistado. Todo sea por dejar claro que la revolución será profunda, pero breve. El problema, claro, es lo que puede pasar entre hoy y el 7 de agosto de 2026 si el Congreso “insiste en ejercer su molesta función de legislar con criterio propio”.
Petro ha decidido que gobernar no basta: hay que inspirar. Y si para eso hay que agitar banderas, blandir espadas y dramatizar cada reforma como un capítulo de la historia nacional, pues bienvenidos todos al show de la democracia hecha carne en el cuerpo de Gustavo. Eso sí, aplaudan fuerte. Que si no, el pueblo se levanta.
Porque al final, lo que vimos en la Plaza de Bolívar no fue solo un discurso, fue una advertencia vestida de poesía izquierdosa y revolucionaria, una amenaza con aplausos de fondo. Petro no quiere cambiar las reglas del juego; quiere que el juego se adapte a lo que se le ocurre y si para eso hay que saltarse uno que otro procedimiento institucional, siempre habrá una espada simbólica que lo justifique.