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Germán Santamaría: el periodista que narró al mundo la historia de Omaira

40 años después de la tragedia de Armero, el periodista y escritor Germán Santamaría revive los días en que cubrió la catástrofe para El Tiempo.
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11 Nov 2025 - 13:07 COT por Ecos del Combeima

En la medianoche del 13 de noviembre de 1985, el periodista Germán Santamaría Barragán recibía una llamada urgente en su casa de Bogotá.

Lo contactaron desde El Tiempo. Debía viajar de inmediato hacia el norte del Tolima. Las primeras noticias hablaban de una tragedia que había arrasado con Armero.

A las 6:40 de la mañana, Santamaría aterrizaba en la zona en un helicóptero contratado por el periódico.

Desde el aire, la imagen era desoladora: una extensión interminable de lodo, agua y escombros donde antes se alzaba una ciudad de miles de habitantes.

“Vimos un inmenso planchón de barro, de kilómetros y kilómetros, y apenas sobresalían algunos techos. Entonces entendí la magnitud de la tragedia”, recordó.

El helicóptero se posó sobre la terraza del hospital, uno de los pocos puntos firmes que quedaban.

Cuando bajó, lo recibió un viento helado y una escena que lo marcaría para siempre.

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“Comenzaron a salir brazos y piernas del lodo, gente pidiendo ayuda, todos cubiertos de barro y desnudos”, narró en entrevista con Ecos del Combeima.

En ese momento, más que periodista, se convirtió en socorrista. Junto con el fotógrafo que lo acompañaba, ayudó a subir sobrevivientes al helicóptero para evacuarlos hacia Mariquita y Lérida.

Santamaría conocía bien el lugar que ahora yacía sepultado. Nació en el Líbano, creció entre Ibagué y el norte del Tolima, y durante años recorrió los caminos que conectaban los pueblos del algodón y el arroz.

“Armero era el pueblo más vivo del Tolima”, dijo con nostalgia. “Lleno de movimiento, de tractores y camiones, de heladerías, almacenes agrícolas y una plaza de mercado que hervía de vida”.

Era, como recuerda, “una ciudad alegre y pujante, el corazón agrícola del país. Hasta que murió totalmente”.

El periodista también habló de las advertencias ignoradas antes del desastre. Dijo que 20 días antes había entrevistado al entonces alcalde, quien advirtió sobre el represamiento del río Lagunilla y el riesgo de una avalancha. El reportaje se publicó, pero no generó reacción alguna.

“El alcalde lo tenía claro, pero nadie lo tomó en serio. Hubo una mezcla de ignorancia y negligencia, típica del Estado colombiano”, señaló.

Según Santamaría, ni la Gobernación del Tolima ni el Gobierno Nacional adoptaron medidas de prevención.

Los días que siguieron fueron una cadena de dolor. Santamaría permaneció tres días en la zona, enviando crónicas, testimonios y fotografías que dieron la vuelta al mundo.

Pero el episodio que más lo estremeció ocurrió cuando conoció a la niña Omaira Sánchez Garzón.

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Era viernes, pasadas las tres de la tarde, cuando un habitante le avisó que una niña seguía atrapada en medio del barro.

Caminó junto a un socorrista y un policía entre el lodo espeso hasta encontrarla: “Solo tenía medio cuerpo fuera del agua. Llevaba tres noches atrapada. Y, sin embargo, estaba serena”.

Santamaría la entrevistó con respeto, sin hacer preguntas incisivas. “No quería incomodarla. Solo le pedí que me contara qué había pasado. Ella hablaba con una inocencia que desgarraba: me dijo que tenía examen de matemáticas, que su papá estaba debajo de ella. (…) Cantaba y oraba”.

“Vi morir mucha gente en guerras y terremotos, pero nunca había visto a alguien tan valiente. Fue la mujer más digna que vi morir en vida”, dijo.

Al día siguiente, regresó con nuevos equipos para intentar sacarla, pero ya era tarde. Omaira agonizaba. A las nueve de la mañana del sábado 16 de noviembre, los médicos le advirtieron que la única posibilidad era amputarle las piernas.

“Me preguntaron qué hacer. Les respondí: yo no soy Dios ni médico. Hagan lo que deban. Y minutos después, ella murió”, recordó con la voz entrecortada.

Fue entonces cuando tomó una decisión que aún lo persigue. “Les dije: suéltela. Y la niña se hundió lentamente en el agua, dejando un remolino, una burbuja que desapareció. Esa fue su última imagen.”

Para Santamaría, la tragedia de Armero no fue solo una catástrofe natural, sino el retrato de un Estado indolente. “El alcalde advirtió, pero nadie escuchó. No había logística, ni transporte, ni equipos, ni conocimiento para enfrentar una emergencia así”, concluyó.